About the work
http://valentina-lujan.es/U/undesastemalas.pdf Una de esas temporadas malas en las que todo son problemas; con el marido, el novio, los hijos, el padre o la madre que lo pariera a uno, o a una, ella... ¡la Virgen ¡— diría — o el amante, o dinero, qué importa y no una noche, además, de viernes ni tarde de domingo donde por matar la soledá o la angustia todo vale. No; una noche cualquiera o una tarde de tantas cuando te lo estas quitando de dormir o de joder ― al abuelo le gustaba llamar a las cosas por su nombre ― por puro gusto y en buena disposición y ella agarra y va y llega y, para qué contar...Y alguien que estaba en el asunto dijo «lástima», ella, precisamente, que a la distancia conveniente «es» tan buena y que maldita fuese... no ella, claro, sólo la circunstancia adversa que la mantenía quieta, como ausente o de piedra, con los labios blancos de tan apretados y sin poder articular palabra, allí, de pie en medio del escenario sino que después de lo de las pastillas de siempre se calló, como siempre, porque papá tenía razón — dijo — y «esto es nada más el principio» de modo que no convenía quemarse y sí hacer acopio de energía para ir cubriendo las etapas que el propio camino fuese deparando; así que se quedó ahí sentada, esperando un ratito corto primero y más largo a medida que iba cayendo la oscuridad y avanzando una noche que, por alguna razón incomprensible pero sin la menor duda de enorme peso, no terminaba de cerrarse del todo por más que los técnicos repasaron resortes, y desmontaron y volvieron a montar cerraduras, y sellaron orificios y grietas y antiquísimos conductos que, si estaban ahí, pues por algo sería, sí, pero que aspasen al que tuviese pajolera idea de cuantísimos lustros no haría que habían sido clausurados. ¿Había ocurrido algo semejante alguna vez? Nadie sabía. No se podía negar sin embargo que, a unos oídos más que a otros, habían ido llegando siempre con cuentagotas ciertos fragmentos de leyendas trasmitidas de generación en generación, como se deben trasmitir las leyendas, pero en un estado de conservación tan lamentable y relatados en lenguas tan diversas y por voces, a veces, gangosas y quebradas de abuelos venerables al amor de la lumbre de chimeneas de esas que presiden salones fastuosos con arañas, cuadros, tapices, porcelanas y alfombras turcas, persas o afganas y, otras, entre estornudos y moqueos de menesterosos al desamor de gélidos eriales, que ― como sucedería a cualesquiera otras obras de arte que se precien de tales ―, al verse sometidas a cambios tan bruscos de temperatura, humedad y traducción no siempre literal ni simultanea, no pudieron soportar el paso del tiempo y, bueno… ahí estaban, sí, pero a ver quién era el guapo que sabía recuperarlas, remozarlas, desempolvarlas, despojarlas de tantas capas de invención irreflexiva, incluso burda a ratos, como amenazaban con asfixiarlas y, desnudas, mostrarlas ante sus asombrados congéneres. El guapo no podía ser otro, en opinión de lo más granado de la juventud femenina aún casadera e incluso de las solteronas más definitivamente perdidas para la causa ― y con una ventaja que dejaba a Ovidio, pese a que también tenía su público porque como decía doña Loreto siempre habrá un roto para un descosido, a la altura del betún ―, que el primo Diorante; pero el primo Diorante, tal vez por aquello de que no se puede tener todo, era un verdadero manazas. Simpático, ocurrente, ingenioso; un dechado en fin de perfecciones en lo tocante al intelecto, pero, con sus manos de artista tan bonitas, un zarpas en toda la extensión de la palabra. Así que aunque todo el mundo pensara en él, que se pensó, a nadie se le hubiera debido pasar por la cabeza proponerlo como adalid de una empresa tan… no digamos “imposible” caso de no querer pasar por pusilánimes de esos que se ahogan en un vaso de agua, sugirió Bernardina la del quinto ― por buen nombre, también, para algunos, “la de Gargayo”, un tal Estanislao ― pero sí “un poquito complicada”. Etiqueta: De entre los papeles de un baulito chino Categoría: Telas de araña
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.