About the work
http://valentina-lujan.es/trans/Sudia.pdf
Que ella gustaba rememorar así: mi día.
Aunque lo cierto y verdad es que se lo había encontrado uno de esos atardeceres lluviosos y desapacibles de finales de otoño cuando en plena primavera de su vida — apenas adolescente ella y antes, mucho antes, de ser conocida como la de un tal Gargayo que, si no fuese porque esa sería ya una muy otra historia que mejor no remover, fuera nadie a saber si existió alguna vez — se lo encontró en la calle cruzando un semáforo en ámbar, sin paraguas, tirado en mitad del asfalto y ofreciendo un aspecto tan lastimoso que, conmovida y aún a riesgo de ser atropellada, lo recogió sin más intención que la de alejarlo del peligro y dejarlo, por ejemplo, pensó, en el alcorque de un árbol o, por otro ejemplo que también pensó, en el portal tan grande del dentista al que se encaminaba, y ya iba con retraso, a sacarse una muela.
Si el portal hubiera sido pequeño habría ella desechado tal idea, pero era grande, con columnas y rincones y allí, en alguno de ellos y en la esperanza de que al calor de la calefacción se fuera secando, lo dejaría; allí lo dejaría y, ella, como si tal cosa, se metería en el ascensor para que le sacasen la muela.
Y se la sacaron, sí, pero después de mucho rato porque la consulta, a pesar de ser con cita, estaba llena de gente y le tocó esperar una eternidad sin lograr olvidar un triste día perdido, o abandonado, quién sabe, por alguien que lo consideró quizás un día absurdo, sin sentido, un día vacío que no merecía el honor de ser vivido que ella, pensó, ya sin la muela, redimiría porque — le dijo, desde su mente y en silencio igual que si él desde su vacuidad pudiese oírla — yo te viviré, te buscaré y te encontraré y te redimiré del oprobio que te ha infligido un ser ignorante o estúpido que no ha sabido darse cuenta de que eres, habrás sido o serás, el nexo entre un día antes y un día después que, sin tu existir, no estarían siendo, ni habrían sido, ni serían ni serán, jamás los mismos.
About the creator
Escritora, porque la escritura es lo que profeso. Pero, no siendo la escritura mi fuente de ingresos, no me atrevería a denominarla mi profesión. No creo, por otra parte, que estuviera dispuesta a avenirme a complacer a nadie, lector o editor. Ni a comprometerme a cumplir los plazos de entrega a que deben ceñirse tantos de los que publican. Literatura por encargo, como si el escritor fuera un sastre o un fabricante de electrodomésticos. Me espanta el sólo pensarlo.
No tengo formación académica.
Ah, que se me olvidaba explicar a mis lectores, y a mis seguidores, y a mis amigos y enemigos, por qué "Telas de araña con bastón, canario y abanico"; y ello es por algo tan sencillo como el hecho de que la vida, todas las vidas, son exactamente una tela de araña, entretejiéndose, las unas con las otras.
He de confesar también que el título no se me ocurrió a mí; no. El título es el de un cuadro, grande, al óleo, que vi hace muchos años no recuerdo ya dónde en una exposición y en el que, aunque me dejé los ojos escrutándolo, no logré encontrar ni el bastón ni el canario ni el abanico y que, además y desafortunadamente, no recuerdo el nombre del autor.