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llegados recientemente de provincias, entusiasmados y ansiosos por incorporarse al frenético ritmo vital de la ciudad hasta el extremo de ― sin siquiera aguardar a ponerse un poquito al día y aprender aunque sólo fuera unas cuantas normas generales de conducta y las reglas más básicas del funcionamiento de nuestra comunidad ― secundar el ambicioso proyecto, que llevado de su osadía tenía el insigne honor de haber auspiciado Felipe el tercero, ofreciéndose a «nosotros, de verdad y con el corazón en la mano os lo decimos, nos podéis encomendar lo que queráis porque estamos dispuestos a lo que haga falta».
Que se veía claramente ― o lo veía al menos y con el alma en vilo una Genoveva temerosa de que aquellos mocosos ignorantes de que las cosas hay que hacerlas con método y desconocedores, además, de quién era ella, tirasen, de un solo golpe pero certero, literalmente a la basura la ardua labor a la que llevaba años y aun lustros o siglos sacrificando gustosa su existencia ― que en verdad lo decían con el corazón en la mano, el mayor sobre todo y en concreto, que lo había cogido de encima de la cómoda y, la abuela «¡Pero quitárselo que me lo va a romper!», pasándoselo el chico de una mano a la otra; su «mi corazón de Jesús de toda la vida» y de porcelana además, que era.
Porque Genoveva era, aparte de como el tío Emiliano tan comedido no hubiese dicho jamás salvo por boca de Gervasio ¡mucha Genoveva la jodía!, la encargada de mantener en orden y minuciosa, rigurosamente secuenciada ― que sí lo habría dicho el tío Emiliano ― no ya sólo nuestra historia de gentes acostumbradas a moverse con soltura por las calles asfaltadas y con sus aceras y sus coches y sus letreros luminosos de nuestras ciudades, a paso vivo por lo general y sabiendo cada cual dónde iba, sino las historias ― de otras gentes deambulando a oscuras por populosísimas urbes muy lejanas, asustadas de sentirse tan perdidas y sin tener a quién pedir que aunque fuese con unas indicaciones muy someras los orientase hacia alguna parte ― que solían desembocar en finales felices cuando, al encontrarse nuevamente y abrazarse unos con otros embargados por el júbilo aunque estuvieran hambrientos y de polvo o barro hasta las cejas, se asomaba Teresa por la ventana de la cocina dando voces de que hicieran el favor de entrar y lavarse las manos porque la cena se empezaba a quedar fría y, luego ya sentados todos a la mesa, los padres, severos por lo general o preocupados, tan sólo, por los índices bursátiles, ¿dónde habéis estado que habéis tenido en un sinvivir a vuestras madres toda la tarde?
Lanzaban ellos entonces a hurtadillas, por los rabillos de los ojos, miradas suplicantes a Genoveva en demanda de Genoveva, por favor, dinos dónde para que podamos zanjar este engorroso asunto antes de llegar a los postres.
Y que qué trabajo le podía costar a ella dar respuesta a algo que era tan el pan suyo del cada día de su vida cotidiana.
–Pero un pan que he de ganarme ― solía replicar, echando cuentas entre bisbiseos cuando le tocaba ir reduciendo de a poquitos los puntos necesarios para sisar en condiciones y que luego sentasen bien las mangas ― no con el sudor de mi frente sino con los quebraderos de cabeza que me dais yéndoos por ahí sin ni avisarme, a sitios que no he podido ubicar ni urbanizar ni decorar ni poblar porque no he tenido materialmente tiempo de ni medio bosquejar ni a sus habitantes ni a su lengua ni a sus costumbres ni a su nada…
Así que, que se fastidiasen y, a la próxima, anduviesen con un poquito más de cuidado de no tocarle las narices porque la tenían muy, pero que muy harta.
[][][]
La hermana decía entonces “no sé, Alicia; pero a mí me parece que no hay rabillo de ojo alguno que pueda decir, así de un tirón, un párrafo tan largo” y era, esto precisamente ― o no “esto” exactamente, pero sí el proyecto, “la empresa” a la que se había adherido con desgana en un principio pero luego, a la vista del desconcierto reinante y de las posibilidades que ofrecía a unos planes que jamás antes hubiera ella imaginado siquiera el poder ni remotamente bosquejar, con decidida aversión ―, lo que tenía a Bernardina entusiasmada, enloquecida casi de felicidad ante la idea de que, al fin, ella, como todo el mundo, tendría un pasado, y una historia y una identidad que ella, Alicia, podría confeccionar si no a su antojo si por lo menos a medida y bien sentada (la primera, o ya vería sobre la marcha si una vez hilvanada le tenía más cuenta la segunda) o, en otro orden, perfectamente definida (la segunda, como es lógico) aunque, porque con esa posibilidad tenía que contar en todo momento considerando – como estaba firmemente...
Etiqueta: Papeles
Categoría: Telas
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100% human created
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Jun 24, 2023, 11:59 PM
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Low
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Jun 24, 2023, 11:59 PM
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Alicia no se sabía contestar
pero le gustaba, de todos modos y aunque fuese a tontas y a locas ― o tal vez sólo precisamente por eso ―, como total no iba a enterarse nadie, responderse que no.
«¡No podrá!», se decía.
¿Por qué?
Pues por el mero capricho de llevar la contraria a su propia hermana que tenía aquella antipática manía de, siempre que le planteaba alguna de sus cuitas, decirle, indefectiblemente, piensa.
A piensa la había instado cierto día ― lo recordaba claramente ― en que habiendo recibido de la mamá de Rosarito una notita por mano de la niña advirtiendo que iba a ir a visitarla mañana, a la hora del recreo, al objeto de recabarle no importaba en este momento qué embarazosa explicación acerca de algo por lo que estaba molesta, Alicia enjaretó como buenamente pudo, en mente, la explicación idónea a lo que dio en suponer iba a ser la demanda de la madre de la interfecta, pero, irresoluta o deseosa de saber qué tal iba a sonar dada en palabras, decidió dársela, nada más para ensayar, por teléfono a su hermana.
–No sé, Alicia ― objetó aquella, una vez la hubo escuchado ―, si me parece del todo convincente.
– ¿Y tienes por ventura otra mejor? ― había replicado Alicia poniéndole, con la mano libre, la comida a Aristóteles.
Y, la otra, que ella no sabía pero que ― ahí es donde quería ella llegar — pensara un poco.
–Piensa — le había dicho.
Y Alicia pensó, largo y tendido, pero ahí estaba sin nada en la cabeza que argüir mientras que a él, su Aristóteles, sólo le faltaba ya lamer el plato.
Y que si estaba ahí; la hermana.
-Sí —repuso; aunque no había que perder los nervios porque él, Aristóteles, comía siempre muy rápido.
– ¿Y qué?
–Paté de salmón.
– ¡Oh, Alicia, esquivando los problemas no se soluciona nunca nada!
Y que lo que tenía que hacer era cerrar la boca a esa insolente.
– ¿Pero cómo? — Retirando el plato y colocándolo encima del aparador pensativa ― Considerando, además, que la necesito.
– ¿La necesitas? ― Escéptica la hermana ― ¿A Sole? ¿Estás segura de que necesitas a Sole?
– ¿Cómo saco adelante, sin ella, el tema tan enredadísimo como está de los pichones? ― inquirió a su vez por toda respuesta.
– ¡Tonterías! Además, ¿no eran perdices?
–Ese es el lío; y esa chica tiene una memoria estupenda.
–Bobadas, insisto. Cuando eso era hace mucho, además; los criterios de la docencia han ido cambiando, Alicia, y los métodos, y ahora mismo mucho más que el memorizar lo importante es el razonamiento.
– ¿Eso es lo que tú crees? —no sabía Alicia por qué le contaba sus cosas a su hermana, tan poquito que la comprendía.
– ¡Pues claro, hija! — y que lo que tenía que hacer era olvidarse de Sole porque, Alicia, esa chica es muy torpe si bien, convenía tenerlo presente si no se quería pecar de sectaria, y según lo pensó lo dijo en alto —: esto no es ni la mitad de delicado que el asunto aquel de la Prieto, o de Elvira, te tienes que acordar, con el tema de la carnicería...
–Charcutería ― rectificó.
–No, querida ― la hermana ―, carnicería que me acuerdo muy bien porque a qué, si no, que acuérdate si quieres que lo sabía todo el barrio y hasta aquellos tres primos más malos que demonios de… ¿era la Rebolledo?
–No…
– ¿No era la Rebolledo?
–Sí, pero no me quiero acord…
–Ah, no te quieres acordar… ¿Cómo entonc…
–Sí quiero; pero no de la Rebolledo.
–Alicia, que me estás haciendo un lío…
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llegados recientemente de provincias, entusiasmados y ansiosos por incorporarse al frenético ritmo vital de la ciudad hasta el extremo de ― sin siquiera aguardar a ponerse un poquito al día y aprender aunque sólo fuera unas cuantas normas generales de conducta y las reglas más básicas del funcionamiento de nuestra comunidad ― secundar el ambicioso proyecto, que llevado de su osadía tenía el insigne honor de haber auspiciado Felipe el tercero, ofreciéndose a «nosotros, de verdad y con el corazón en la mano os lo decimos, nos podéis encomendar lo que queráis porque estamos dispuestos a lo que haga falta».
Que se veía claramente ― o lo veía al menos y con el alma en vilo una Genoveva temerosa de que aquellos mocosos ignorantes de que las cosas hay que hacerlas con método y desconocedores, además, de quién era ella, tirasen, de un solo golpe pero certero, literalmente a la basura la ardua labor a la que llevaba años y aun lustros o siglos sacrificando gustosa su existencia ― que en verdad lo decían con el corazón en la mano, el mayor sobre todo y en concreto, que lo había cogido de encima de la cómoda y, la abuela «¡Pero quitárselo que me lo va a romper!», pasándoselo el chico de una mano a la otra; su «mi corazón de Jesús de toda la vida» y de porcelana además, que era.
Porque Genoveva era, aparte de como el tío Emiliano tan comedido no hubiese dicho jamás salvo por boca de Gervasio ¡mucha Genoveva la jodía!, la encargada de mantener en orden y minuciosa, rigurosamente secuenciada ― que sí lo habría dicho el tío Emiliano ― no ya sólo nuestra historia de gentes acostumbradas a moverse con soltura por las calles asfaltadas y con sus aceras y sus coches y sus letreros luminosos de nuestras ciudades, a paso vivo por lo general y sabiendo cada cual dónde iba, sino las historias ― de otras gentes deambulando a oscuras por populosísimas urbes muy lejanas, asustadas de sentirse tan perdidas y sin tener a quién pedir que aunque fuese con unas indicaciones muy someras los orientase hacia alguna parte ― que solían desembocar en finales felices cuando, al encontrarse nuevamente y abrazarse unos con otros embargados por el júbilo aunque estuvieran hambrientos y de polvo o barro hasta las cejas, se asomaba Teresa por la ventana de la cocina dando voces de que hicieran el favor de entrar y lavarse las manos porque la cena se empezaba a quedar fría y, luego ya sentados todos a la mesa, los padres, severos por lo general o preocupados, tan sólo, por los índices bursátiles, ¿dónde habéis estado que habéis tenido en un sinvivir a vuestras madres toda la tarde?
Lanzaban ellos entonces a hurtadillas, por los rabillos de los ojos, miradas suplicantes a Genoveva en demanda de Genoveva, por favor, dinos dónde para que podamos zanjar este engorroso asunto antes de llegar a los postres.
Y que qué trabajo le podía costar a ella dar respuesta a algo que era tan el pan suyo del cada día de su vida cotidiana.
–Pero un pan que he de ganarme ― solía replicar, echando cuentas entre bisbiseos cuando le tocaba ir reduciendo de a poquitos los puntos necesarios para sisar en condiciones y que luego sentasen bien las mangas ― no con el sudor de mi frente sino con los quebraderos de cabeza que me dais yéndoos por ahí sin ni avisarme, a sitios que no he podido ubicar ni urbanizar ni decorar ni poblar porque no he tenido materialmente tiempo de ni medio bosquejar ni a sus habitantes ni a su lengua ni a sus costumbres ni a su nada…
Así que, que se fastidiasen y, a la próxima, anduviesen con un poquito más de cuidado de no tocarle las narices porque la tenían muy, pero que muy harta.
[][][]
La hermana decía entonces “no sé, Alicia; pero a mí me parece que no hay rabillo de ojo alguno que pueda decir, así de un tirón, un párrafo tan largo” y era, esto precisamente ― o no “esto” exactamente, pero sí el proyecto, “la empresa” a la que se había adherido con desgana en un principio pero luego, a la vista del desconcierto reinante y de las posibilidades que ofrecía a unos planes que jamás antes hubiera ella imaginado siquiera el poder ni remotamente bosquejar, con decidida aversión ―, lo que tenía a Bernardina entusiasmada, enloquecida casi de felicidad ante la idea de que, al fin, ella, como todo el mundo, tendría un pasado, y una historia y una identidad que ella, Alicia, podría confeccionar si no a su antojo si por lo menos a medida y bien sentada (la primera, o ya vería sobre la marcha si una vez hilvanada le tenía más cuenta la segunda) o, en otro orden, perfectamente definida (la segunda, como es lógico) aunque, porque con esa posibilidad tenía que contar en todo momento considerando – como estaba firmemente...
Etiqueta: Papeles
Categoría: Telas
Work type Literary: Other
Tags valentina luján, papeles, telas de araña
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Registry info in Safe Creative
Identifier 2306244671586
Entry date Jun 24, 2023, 11:59 PM UTC
License All rights reserved
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Author. Holder Valentina Luján. Date Jun 24, 2023.
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