http://valentina-lujan.es/doc/npvorinconen.pdf
La respuesta a esta eterna pregunta que los humanos nos venimos haciendo desde que fuimos expulsados del paraíso terrenal no parece, en un principio, que pueda resultar problemática puesto que, y todo el mundo lo sabe; no tiene uno, o una, o un hatajo ― o una multitud por aquello de no ningunear a género alguno de especímenes a que tal y tan lamentable expulsión dio lugar ― más que llegar y decir pues yo o nosotros o nosotras somos Fulanito de Tal, o Perenganita de Cual, o estos/as o los/as otros/as o los/as de más allá e hijos/as, todos/as y cada uno/a, de nuestros/as respectivos/as padres/madres…
Que quien más quien menos lo habrá dicho, escrito, escuchado o leído en infinidad de ocasiones a lo largo de este sinvivir en que vivimos y al que, por alguna enigmática razón, llamamos vida.
¿Habríamos de seguir por ese camino?
¿Deberíamos repetir, siempre, incansablemente, lo mismo?
Pero…
¿Qué otras posibilidades tenemos?
¿Qué más sabemos de nosotros mismos?
Porque de los otros, sí; de cualquiera que no sea nosotros sino otro cualquiera sabemos muchísimo.
De cualquiera que sea otro sabemos todo lo que otros han dicho, escrito, escuchado de boca de algún otro, leído de letra de algún otro del que, a su vez, otros han dicho, o escrito, o escuchado de boca de algún otro o leído de letra de algún otro que, a su vez…
Pero, de nosotros, ¿quién dirá, o escribirá, algo que, si lo escucháramos o leyéramos, fuese un algo en lo que pudiésemos reconocernos como ese alguien que, aunque ni lo dijera ni escribiese nunca, pudiese decir sí, ese soy yo?
Una vez cerrada la última interrogación, cuando, habiendo marcado con su perfecta dicción y correcta entonación las pausas correspondientes a los signos de puntuación y el énfasis necesario para que se apreciase la diferencia entre el texto escrito en letra normal y el escrito en negrita, llevaba leída apenas una página — compuesta, que las contó, por doscientas setenta y dos palabras, mil doscientos ochenta y seis caracteres (sin espacios), mil quinientos cuarenta y nueve (con espacios), diez párrafos y veintiocho líneas — la señorita Licinia interrumpió la lectura, cerró el libro, se quitó las gafas, y dijo firmad y entregadme los dictados.
Y que ahora, mientras los corrijo, cada uno cogiera una hoja de papel y dibujase, a color, el distintivo con el que queráis ser identificado en el juego de la oca al que empezaríamos — dijo — a jugar mañana si los tenéis terminados.
Etiqueta: Baulito
Categoría: telas de araña
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