http://valentina-lujan.es/Dbre10/En%20vez%20de%20como%20no.pdf
en vez de como no debían ser y como nunca habrían sido si determinadas circunstancias en las que mejor ya ni pensar no se hubieran interpuesto en un camino que prometió — tan recto, tan imparcial y objetivo como parecía cuando salió adulador y obsequioso a nuestro encuentro; todo sonrisas melifluas e indicaciones que parecían inequívocas y tan claritas — conducirnos de un tirón como quien dice y, sin hacer más paradas que las imprescindibles para reponer unas fuerzas que (eso también lo prometió) nos faltarían sólo muy raramente y sólo en el caso de que nos apartásemos de él, derechitos a la Felicidad para, luego y desde ahí y cuando los hechos se manifestaran abiertamente irreversibles, poder todo el mundo querer arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias disponibles y perfectamente catalogadas y etiquetadas, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione.
– Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que, en primer lugar y aun pudiendo como viene de decirse querer todos nada obligaba de manera inexcusable a que todos quisieran y, en segundo, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de…
– Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada.
– ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundo antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la forzase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama?
Y se quitó las gafas.
– ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal…
– Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda.
– Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido.
– “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso?
– Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab…
– Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta sala ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión...
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña
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