El despertador de la señorita Susi (1)
05/14/2023
2305144316030

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https://valentina-lujan.es/Dbre10/adquiridoenningun.pdf
cuando, y ella muy bien lo sabía, eso no era en absoluto cierto porque — y el abuelo se lo había relatado, y, bueno, no sólo a ella; no sólo a ella sino bajo declaración jurada y en audiencia — ellos, los dos, juntos y de común acuerdo, habían acudido una tarde (cuya fecha sin duda constaría en el expediente si alguien se tomaba la molestia de mirarlo) a un notario, y, él, él en persona , lo había relatado sosteniendo que eso era una burda patraña.
Y, allí, en la notaría, no ya el abuelo sino él y con su propia voz , declaró haber sido adquirido al precio oficial y de mercado reseñado en (y todo el mundo que haya firmado un triste e insignificante testamento sabe lo que eso cuesta) contrato firmado por el susodicho abuelo y con consentimiento expreso, con su rúbrica y todo, del interesado que, por cierto y explicó — y exigió, para ir más lejos, que la explicación figurase en dicho documento; pero el notario dijo que lo que quisieran (el abuelo y él, que eran los que pagaban) pero que tuviesen en cuenta que como él cobraba por páginas redactadas con sus sellos y su “yo, el notario” y el relato de la parte contratada tomado desde sus inicios o, al menos, desde donde a él le había contado sus ancestros, se remontaba a, calculando a puro ojo, tres o cuatro siglos atrás, “ustedes verán pero va a costarles un ojo de la cara”; de manera que de común acuerdo desistieron —, no era ningún aficionado ni inexperto carente de título y las correspondientes credenciales (y que tenía un diploma con orla y todo, en el comedor de su casa, dijo también) sino descendente por línea directa y heredero y legatario de una insigne estirpe de muy rancio abolengo educada, generación tras generación, para realizar su trabajo de forma totalmente personalizada.
Y, eso, requería no poca habilidad y, como es lógico, tenía su técnica y, por qué no decirlo, hacía necesario recurrir a ocasionales triquiñuelas dependiendo de la idiosincrasia del usuario porque, como muy bien sabrían tanto el letrado como el abuelo de la señorita, cada persona es un mundo y, así como unas necesitan o tienen suficiente con una musiquita suave, para otras hay que echar el resto y echar mano de la percusión y hasta prodigarse en violentos zarandeos que conllevan, a veces, una respuesta no menos violenta (aunque inconsciente, sí) por parte del…
Así, por tanto, estaba él versado y era ducho, tanto en la utilización y manejo de todo tipo de instrumentos musicales — que igual te tocaba la armónica que el violín o el piano o el tambor y los platillos, “o, bueno, no igual (quiso puntualizar, atento a en nombre de la propia idiosincrasia suya ser preciso) pero para entendernos” — como en el ejercicio y práctica de toda una variedad de artes marciales porque, dijo, “colegas y hasta familiares tengo o, bueno, tuve, que terminaron muy, pero que muy mal y en paz descansen”.
Y puso la señorita, Susi, el capuchón a la estilográfica no sin albergar — a regañadientes, que llevaba muy mal eso de hacer hueco en su ella, que ella llamaba “yo” con cabezonería, a elementos que pudieran desasosegarla — la duda, “razonable”, se dijo, pero impertinente y respondona, de que lo escrito estuviese bien, o mal, en su defecto, redactado.
Etiqueta: El despertador de la señorita Susi
Categoría: Telas de araña

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El despertador de la señorita Susi (22)
05/14/2023
Alicia Bermúdez Merino
http://valentina-lujan.es/E/eldespertador.pdf Luego, cuando los hechos se manifestaron abiertamente irreversibles, todo el mundo quiso arrogarse el protagonismo de haber estado allí, en primera fila, siendo testigo de excepción de un suceso que no habría tenido por qué revestir la menor importancia ya que era, según todas las apariencias, de índole menor habida cuenta de que consistió en algo tan cotidiano como lo es el que un despertador no funcione. – Y más considerando… — el presidente interrumpió la lectura del memorándum y se quitó las gafas con la mano derecha, se presionó los lagrimales con el índice y el pulgar de la izquierda y, tras un breve suspiro, dedicó una mirada lenta, algo cansina, a la mujer que tenía enfrente —, considerando, mi querida señora, que nada obligaba a la encausada a saltar de la cama a las… — volvió a colocarse las gafas y barajó los papeles en busca de… – Las 5:35 de la madrugada — declaró desde el fondo de la sala una voz masculina alta, clara y bien timbrada. – ¡Exacto! — El presidente constató con un cierto regocijo que había encontrado el renglón que buscaba un par de décimas de segundos antes de que la voz se elevara —; las 5:35 de la madrugada y a nuestra encausada, aquí presente, no había nada que la obligase a levantarse de la cama ¿Dónde está, pues, el drama? Y se quitó las gafas. – ¡Cielo santo, mi clienta no lo sabe! — protestó con viveza un caballero de cabello canoso que ejercía los días lluviosos como abogado — Al drama, señoría, se le había perdido la pista la noche anterior, más exactamente cuando la tarde caía no propiamente sobre la ciudad, pero sí sobre un pequeño concejo aledaño a los jardines colindantes al palacio episcopal… – Y como se daba la circunstancia de que por añadidura no era de ella ni de su incumbencia — el presidente se caló nuevamente las gafas, esta vez con el gesto expeditivo del que no está en absoluto dispuesto a que se le lleve la contraria — entendió que no tenía sentido alguno incorporarse al equipo de búsqueda. – Así es, señoría — respondió el caballero de cabello canoso que, a la vista de que las nubes amenazaban con dispersarse y de que algunos transeúntes cerraban sus paraguas, comenzaba a sentirse incómodo, como de prestado en su función y a preguntarse si su tono (dadas las circunstancias aun considerando que en primavera el tiempo suele ser muy loco) no debería ser algo menos vindicativo; agregó, por tanto, con prudencia —; eso entendió si bien, justo es reconocerlo, admite que su capacidad de comprensión podía andar algo mermada a causa de que, bueno, ella no oye muy bien y los vecinos estaban haciendo mucho ruido. – “Mucho” es un tanto ambiguo — el presidente se quitó las gafas — ¿Podría nuestro señor letrado ser más preciso? – Pues la verdad es que — el caballero se mostró dubitativo — es difícil concretar porque la cantidad, quiero decir intensidad, dependía a su vez y en cada momento de cuánta estuviera siendo la intensidad de la actividad que se estuviera llevando a cab… – Ya, ya — el presidente jugueteó con sus gafas cruzando y descruzando las patillas unas cuatro o tal vez cinco veces, luego las mantuvo en alto sujetándolas con su mano derecha y las miró al trasluz para, acto seguido (y habiéndose percatado de que estaban algo empañadas, limpiarlas con parsimonia y un pañuelo que sin pararse en detalles que prolongarían la sesión sin necesidad ni apremio alguno podía denominarse blanco) y con gesto satisfecho, volver a ponérselas y añadir doblando el pañuelo —; con esa eventualidad, señor letrado, esta mesa ya cuenta. Ahora quisiéramos que nos pusiera al corriente de cuál, con el fin y al objeto de no dispersarnos más de lo conveniente, estaba siendo la actividad cuya consecuente intensidad se estaba interponiendo entre nuestra encausada y sus dotes de comprensión algo mermadas por causa de… ¿qué habíamos dicho? – Sordera — repuso una mujer corpulenta de la segunda fila —; y discúlpeseme el ser tan concisa y no expresarlo de un modo más delicado... Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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El despertador de la señorita Susi (31)
06/12/2023
Alicia Bermúdez Merino
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert31.pdf ni ella, aunque nada más fuese hoy y nada más por variar y llevar la contraria a la vieja costumbre —adusta, mal encarada y mentirosa, agazapada siempre tras la justificación de “es mi deber, entiéndelo”; y, sí, por supuesto que Susi la entendía a la perfección y a contracorrientes y mareas, “bajas o altas a ti qué más te da” y, sobre todo o el aparador en que guardase aquella vajilla de porcelana inglesa de la que nada más quedaba ya una taza y con el asa rota que utilizaba para una vez lavados y dejados secar ir echando los huesos de cerezas que algún día cuando tuviese tiempo y Loctite pegaría sobre aquella tabla que sobró después de armar el armarito del baño, por puro sentimiento (nada práctico, si, pero muy suyo) de ecuanimidad— el biquini de flores ni a tiro, “panda de harpías cuándo os veré arder en los infiernos” de las lenguas de fuego… – De fuego, no, Susana ¿No ves que va a ser mucho? Extranjeras, mejor, rectificó; alguno de aquellos idiomas que jamás aprendió y en los que imaginaba que se dirían cosas distintas, o con más palabras, o a lo mejor con menos, vete tu a saber, de las que se le hubiesen pasado a ella jamás por la cabeza si se hubiera decidido a hablar… – Aunque sólo sea al espejo del baño ¿No? Ni pensarlo. Los espejos, aun de baño, que tendrían que ser los más pudorosos, tienen la poquísima vergüenza de repetir todo, sí, pero siempre del revés. Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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El despertador de la señorita Susi (38)
06/13/2023
Alicia Bermúdez Merino
https://valentina-lujan.es/susi/eldespert38.pdf Y el momento idóneo para al depositarla, la palabra, se entiende, habida cuenta de que la cosa, cualquier cosa, representaría siempre un problema menor porque, “pueden pronunciarse tantas, se decía, tantísimas cosas perfectamente inocuas”; pero, la palabra, cualquier palabra, corría, corrió, corre, correría y correrá siempre —según ella y sin necesidad (se reprendió, dejándose caer agotada en la primera silla que encontró a mano, “o a culo, que sería más exacto”, reconsideró) de conjugar el verbo entero con todos sus indicativos y subjuntivos y todas sus voces activas y pasivas— el peligro de ir a dar, en un descuido, con sus huesos, los de ella, en unas arenas movedizas que la engullirían. ¿O se había confundido y era justo al revés? Y quiso probar. Y quedó así: Y el momento idóneo para al depositarla, la cosa, se entiende, habida cuenta de que la palabra, cualquier palabra, representaría siempre un problema menor porque, “pueden pronunciarse tantas, se decía, tantísimas palabras perfectamente inocuas”; pero, la cosa, cualquier cosa, corría, corrió, corre, correría y correrá siempre —según ella y sin necesidad ·(se reprendió, dejándose caer agotada en la primera silla que encontró a mano, “o a culo, que sería más exacto”, reconsideró) de conjugar el verbo entero con todos sus indicativos y subjuntivos y todas sus voces activas y pasivas— el peligro de ir a dar, en un descuido, con sus huesos, los de ella, en unas arenas movedizas que la engullirían. Quedó así y ella considerando la posibilidad, confusa —Susi, no la posibilidad; que la posibilidad estaba, estuvo, está, estará y estaria siempre ahí, a mano y a disposición de quien, por necesidad, o por azar, o por puro capricho la pudiera elegir—, de haberse vuelto a equivocar. Y quiso probar. Y quedó así: Quedó así y ella considerando la cosa, confusa —la cosa, no Susi; que Susi estaba, estuvo, está, estará y estaria siempre ahí, a mano y a disposición de quien, por necesidad, o por azar, o por puro capricho la pudiera elegir—, de haberse vuelto a equivocar. Quedó así, y Susi entendió de inmediato que esto era ya una cosa muy otra porque, se dijo, quién, ni cuándo, ni por qué, elegiría elegirte a ti jamás. Aunque, por necesidad, tal vez… Sí, por necesidad tal vez. Siempre cabria (deja por favor de conjugar, no seas cansina) la posibilidad de que por necesidad ella, Susi, fuese elegida aunque lo fuera para cualquier cosa. ¿Qué te parece? ¿Qué te parece que me podía, pudo, puede, podría, pudiera o pudiese jamás de todos los jamases parecerme? Etiqueta: El despertador de la señorita Susi Categoría: Telas de araña
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https://valentina-lujan.es/Dbre10/adquiridoenningun.pdf
cuando, y ella muy bien lo sabía, eso no era en absoluto cierto porque — y el abuelo se lo había relatado, y, bueno, no sólo a ella; no sólo a ella sino bajo declaración jurada y en audiencia — ellos, los dos, juntos y de común acuerdo, habían acudido una tarde (cuya fecha sin duda constaría en el expediente si alguien se tomaba la molestia de mirarlo) a un notario, y, él, él en persona , lo había relatado sosteniendo que eso era una burda patraña.
Y, allí, en la notaría, no ya el abuelo sino él y con su propia voz , declaró haber sido adquirido al precio oficial y de mercado reseñado en (y todo el mundo que haya firmado un triste e insignificante testamento sabe lo que eso cuesta) contrato firmado por el susodicho abuelo y con consentimiento expreso, con su rúbrica y todo, del interesado que, por cierto y explicó — y exigió, para ir más lejos, que la explicación figurase en dicho documento; pero el notario dijo que lo que quisieran (el abuelo y él, que eran los que pagaban) pero que tuviesen en cuenta que como él cobraba por páginas redactadas con sus sellos y su “yo, el notario” y el relato de la parte contratada tomado desde sus inicios o, al menos, desde donde a él le había contado sus ancestros, se remontaba a, calculando a puro ojo, tres o cuatro siglos atrás, “ustedes verán pero va a costarles un ojo de la cara”; de manera que de común acuerdo desistieron —, no era ningún aficionado ni inexperto carente de título y las correspondientes credenciales (y que tenía un diploma con orla y todo, en el comedor de su casa, dijo también) sino descendente por línea directa y heredero y legatario de una insigne estirpe de muy rancio abolengo educada, generación tras generación, para realizar su trabajo de forma totalmente personalizada.
Y, eso, requería no poca habilidad y, como es lógico, tenía su técnica y, por qué no decirlo, hacía necesario recurrir a ocasionales triquiñuelas dependiendo de la idiosincrasia del usuario porque, como muy bien sabrían tanto el letrado como el abuelo de la señorita, cada persona es un mundo y, así como unas necesitan o tienen suficiente con una musiquita suave, para otras hay que echar el resto y echar mano de la percusión y hasta prodigarse en violentos zarandeos que conllevan, a veces, una respuesta no menos violenta (aunque inconsciente, sí) por parte del…
Así, por tanto, estaba él versado y era ducho, tanto en la utilización y manejo de todo tipo de instrumentos musicales — que igual te tocaba la armónica que el violín o el piano o el tambor y los platillos, “o, bueno, no igual (quiso puntualizar, atento a en nombre de la propia idiosincrasia suya ser preciso) pero para entendernos” — como en el ejercicio y práctica de toda una variedad de artes marciales porque, dijo, “colegas y hasta familiares tengo o, bueno, tuve, que terminaron muy, pero que muy mal y en paz descansen”.
Y puso la señorita, Susi, el capuchón a la estilográfica no sin albergar — a regañadientes, que llevaba muy mal eso de hacer hueco en su ella, que ella llamaba “yo” con cabezonería, a elementos que pudieran desasosegarla — la duda, “razonable”, se dijo, pero impertinente y respondona, de que lo escrito estuviese bien, o mal, en su defecto, redactado.
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Work type Literary: Other
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Identifier 2305144316030
Entry date May 14, 2023, 12:43 PM UTC
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