Son las cuatro de la tarde de un sábado del mes de octubre. Hace sol. Últimamente al verano le cuesta apartarse para que entre el otoño. Es la hora de bajar al perro a la calle. Me levanto del sofá y voy a la habitación. Me siento en la cama a ponerme las zapatillas y aparece Marcelo por la puerta jadeando y moviendo la cola con excitación. Cuando oye el tintineo de las llaves de la casa en mi mano se transforma en un alboroto peludo de brincos, ladridos y lametazos. Abro la puerta con su correa