Llovía y, aunque aún era temprano, la luz que se filtraba a través del pequeño ventanuco era escasa y mortecina. De vez en cuando el fulgor de un relámpago lo iluminaba todo por unos instantes y el ruido ensordecedor de los truenos hacía estremecer las gruesas paredes de la casona. Las gotas de agua golpeaban con furia el tejado con un repiqueteo que resonaba por toda la estancia. En el centro, al calor de una hoguera de leña, Melisa parecía no percatarse de la tormenta y removía sin cesar el c