“mujer gato” / 5 results
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Histeria
Histeria
https://valentina-lujan.es/H/histeria.pdf Voy al dentista. Mientras espero el metro imagino en las vías perros y gatos perdidos. Sé que no están ahí pero la angustia es como si estuvieran. Sé que lo que mi imaginación inventa no tiene la consistencia de lo real, pero mi angustia es tan auténtica como si la tuviese. Pienso "estoy loca" pero sé que no lo estoy; no lo estoy porque sé también que no voy a ponerme a pegar gritos berreando que alguien detenga el metro, que hay que hacer algo por aquel perro que me mira a los ojos desde la vía o por el gato, que también me mira, agazapado indiferente, altivo como si no fuera él quien está en peligro. Llega el metro y me siento junto a una mujer con chaqueta de chándal color rosa; dormida, profundamente dormida y la cabeza caída hacia otro lado. Me fijo en su brazo dormido y sube y luego baja suavemente, como cuando miro sestear a los gatos. Vamos, que no está muerta. A la parada siguiente entra una pareja. Un hombre y una mujer mayores, aun no ancianos, con anoraks, pantalones, gafas, pelo recogido en cola de caballo ella, rubia, con botas y su bolso al hombro; el hombre descalzo. Descalzo el hombre totalmente sin calcetines ni nada. Descalzo. Descalzo con unas chanclas, de goma, de piscina, de verano, en la mano. Las deja caer al suelo y pienso va a sacar unos zapatos y a ponérselo; pero lo que saca es una bolsa de plástico, mientras habla con la mujer en tono tranquilo como de cualquier cosa normal que no oigo, mete en ella las chanclas y la guarda, con mucha convicción, tan sereno, en una mochila y van los dos a sentarse en dos asientos libres. Una mujer sentada frente a mí mira los pies del hombre. La mujer de la chaqueta de chándal color rosa sigue profundamente dormida. No ha movido la cabeza, ni un músculo, pero el brazo sigue subiendo y bajando suavemente, como las barrigas de los gatos. Pienso debería zarandearla, pero pienso también hará el trayecto habitualmente y debe de tenerle pillado el tranquillo, se despertará al llegar a su parada. Luego, entre otras gentes, entra una mujer negra - no mucho - con dos niñas. La mayor es negrísima y se sienta y pide una galleta a la pequeña, de pelo tan rizado pero casi rubio, y muerde la galleta mientras la casi rubia mira un libro sentada junto a la mujer enfrente. Pienso saben estar lejos de sus orígenes. Cuando llegan a su parada la madre (pienso) dice vamos, cierra el libro. Y salen y yo pienso que no sabría ir en metro con dos niñas, que las agarraría temerosa de que alguna se quedara dentro y ya no la encontraría; o que alguien agarraría a alguna, reteniéndola, a mala idea, y me entra sudor frío. Llego al fin a mi parada y la mujer de la chaqueta de chándal rosa sigue dormida. Me pongo de pie y la mujer que va sentada a mi otro lado la mira. Pienso decir lleva así todo el rato no sé si debería zarandearla; pero no digo nada. No digo nada y salgo del metro pensando si la mujer seguirá allí, dando vueltas, como en un tiovivo, en la línea circular que por eso se llama circular... De regreso pienso que voy a encontrarla allí, otra vez; pero en el vagón no está. Enfrente de mí una mujer gruesa y muy escotada se lima las uñas, a mi lado un hombre joven lee un periódico con un titular que dice "Vas a matar pero no a que te maten". El jardín del edificio de cristal está llenito de botes de refresco vacíos y plásticos que la gente arroja por entre los barrotes de la verja. Llego a casa. Me duelen los brazos, las piernas, las cervicales, como si me hubieran pegado una paliza. 6 de diciembre de 2017
Alicia Bermúdez Merino
/ Novel
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EL SILENCIO DEL PARQUE
EL SILENCIO DEL PARQUE
--- MUESTRA DEL PRIMER CAPÍTULO AQUÍ ARRIBA --- El silencio del parque es un relato fantástico ✨, emotivo y con un final sorprendente que te conmoverá. Explora las emociones humanas a través del misterio que se oculta en un parque en el corazón de la ciudad. Sumérgete en esta historia donde lo fantástico se entrelaza con lo cotidiano. ¡Consigue tu ejemplar ahora y déjate llevar por esta emotiva historia autoconclusiva! Incluye 7 ILUSTRACIONES que mejoran la experiencia de lectura. Susan, una mujer marcada por la tragedia familiar, se encuentra en un momento crucial de su vida tras la reciente pérdida de su hermana Helen. Mientras intenta superar su dolor, encuentra consuelo en su perro Neo y en sus paseos por un parque cercano de su nuevo hogar. Sin embargo, comienza a intrigarse por la presencia de un misterioso hombre solitario que frecuenta el parque. Allí lo ve pasar sus días sentado entre palomas y gatos como su única compañía. Hasta que un inesperado suceso lo cambia todo, también la vida de Susan para siempre. MIRA DÓNDE CONSEGUIRLO EN 📱EBOOK Y 📖 PAPEL (Tapa blanda) EN: (ES) books2read.com/elsilenciodelparque TAMBIÉN DISPONIBLES las ediciones en 📱EBOOK y 📖 PAPEL (Tapa blanda) en CATALÁN (El silenci del parc) MIRA DÓNDE CONSEGUIRLO EN: (CAT) books2read.com/elsilencidelparc
J. F. RHODEHOUSE
/ Novel
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Una escena un poco surrealista
Una escena un poco surrealista
https://valentina-lujan.es/U/unaescenasurreal.pdf Hará algo más de dos horas. Iba a los gatos y, al cruzar López de Hoyos, veo a la distancia – mi vista no es una maravilla – algo tirado en el bulevar, en esa especie de cosa parecida a un bulevar que hicieron cuando la obra del túnel; algo que no era bolsa de plástico ni envoltorio informe que, estoy segura, es un cuerpo. Sigo caminando y es un cuerpo efectivamente. Estaban siendo algo más de las tres y cuarto de la madrugada. Me acerco y la escena parecía irreal. Una mujer francamente guapa, joven pero no demasiado, yo le calculé entre treinta y treinta y cinco, aunque tengo la idea de que soy bastante mala calculando edades. Tumbada, sobre su lado derecho, dentro del bulevar aunque uno de los pies; el de la pierna derecha ― me fijé, y se me quedó grabada la postura porque era bonita, armoniosa, bien dispuesta, como si estuviera posando para una fotografía ― sí sobresalía un poco y quedaba sobre el asfalto. Era justo el semáforo, cualquiera que hubiese pasado por allí habría forzosamente tenido que verla. Tumbada, de perfil, con un pelo rubio que estoy segura era natural, largo, y un gesto perfectamente plácido. Como si estuviera durmiendo en su cama. Estaba descalza. Llevaba un pantalón blanco, vaquero; un suéter de color azul verdoso con algo de lentejuelas, no muchas, o pedrería, y los brazos un poco flexionados por delante de la cara. Dejé sobre el banco de la rotonda la lata de comida para gatos que llevaba abierta y me acuclillé a su lado, mirándola. Pensé que estaba muerta porque nada en ella se movía, ni siquiera ese leve subir y bajar del cuerpo en una respiración tranquila. Incluso me pareció que en su cara había una muy leve sonrisa. La miré unos segundos sin saber si debía hablarle en tono normal o alto o si lo que procedía era zarandearla. Consideré que tocarla no fuese tal vez prudente. Junto a sus pies había un bolso blanco, abierto. Pensé la han golpeado para robarle, pero reparé en que lo que primero se veía dentro del bolso eran unas sandalias de tacón. Si has hurgado en el bolso para hurtar algo no parece muy lógico que las sandalias estén encima de todo, ¿no? Bueno: me resolví a hablarle. Sé que la traté de usted. Y que dije señora. “Señora”, ¿se encuentra mal?, ¿necesita algo? Abrió entonces unos ojos verdes, bonitos, sorprendidos pero no espantados; entonces es cuando vi que era guapa y no excesivamente joven… No he dicho que estuve todo el rato, todos los segundos o minutos, pensando que era una broma de alguien; algún programa de televisión de esos que filman cómo reacciona la gente ante tal o cual hecho. Me miró, sacudió la cabeza, se pasó las manos por la cara y perfectamente risueña dijo creo que estoy bien. -Pero está tirada en la calle – le dije. Sonrió y se colocó en la postura en que la encontré; como dispuesta a seguir durmiendo. Pero volvió a abrir los ojos enseguida e hizo un amago, no muy decidido de incorporarse. -No puede estar tirada en la calle – le dije. Ella contestó, muy tranquila, no; claro que no. Y se movió con mucha lentitud. En ese momento se paró un taxi del que bajó una pareja joven. Mientras el hombre terminaba de cerrar la puerta, ella, una chica ésta sí bastante joven, se acerca y se dirige a la mujer hablándole en inglés. Eso me hizo pensar que se conocían; pero la joven, al yo preguntarle, dijo no, es que íbamos en el taxi, en esa dirección – y señaló la calzada al lado contrario del bulevar – pero al verla aquí caída hemos dicho al taxista que diera la vuelta. Ah- dije – yo es que, aunque de lejos veo no muy bien, pensé eso nada más puede estar siendo un cuerpo. El hombre joven parecía un poco malhumorado. También él le habló en inglés, que si necesitaba algo. Yo en ningún momento me planteé que no fuera española; pero tampoco me pareció descabellado que le hablasen en inglés porque, ciertamente, sus colores, de pelo y piel y ojos, más parecían de extranjera. Se había sentado en el suelo, como sobre la arena de la playa; y me di cuenta entonces de que en el pie izquierdo llevaba una venda, más bien algo como una férula... Etiqueta: Papeles Categoría: Telas
Alicia Bermúdez Merino
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Instante
Instante
https://valentina-lujan.es/I/instante.pdf Un coche rojo derrapando por el asfalto helado, caléndulas en las ventanas de un tercer piso, el balar de una oveja en una playa, dos adolescentes fornicando, el silbar de una locomotora antigua pendiente de una escarpia en la pared de un prostíbulo, un mechero encendido en las manos de un niño, una anciana de cabellos teñidos de verde mirando fotografías obscenas, el ulular del viento en el interior de la pirámide de Maslow, la respiración entrecortada de un enfermo en su cama con dosel de sábanas bordadas, el correr del agua de un grifo que alguien olvidó cerrar, los pasos de un viejo arrastrándose por el descansillo del piso de arriba, la cara de una mujer en el espejo pintándose los labios, el auricular de un teléfono tragando palabras, el glamuroso desfilar de un veintisiete por ciento de masa corporal por una pasarela; el azul lento, cansino, ensimismado del batir unas manos antiguas, de cera, un huevo en un plato de porcelana; la polonesa en la bemol mayor op 53 de Chopin al piano, una tostada con mantequilla y mermelada de naranja amarga, el chirriar de los frenos de un autobús, docenas de extremidades amputadas, un hombre con traje y corbata comiendo arroz tres delicias sentado en un banco de bulevar; el grito de alguien que pronuncia algo que nadie ha entendido desde una ventana que no es la de las caléndulas, fotografías de niños con las caras manchadas de chocolate, una enfermera aplicando una inyección de estricnina en la vena de la anciana de cabellos verdes, el deslizar sobre el teclado de unos dedos demasiado cortos para una polonesa tan heroica, dos desconocidos copulando, un pescador en su barca en la orilla, un juego de té y un platito con pastas sobre un velador, tres peces en una pecera, dos zapatos desparejados en el suelo de una habitación vacía, un hombre leyendo a Walt Whitman sobre el mostrador del prostíbulo, el ronroneo arrullador de un perro, la sirena de una ambulancia, un olor a café recién hecho, un quiosco de periódicos en el pico de una montaña, una pareja de amantes bostezando, un ama de casa entrada en kilos dirimiendo el principio de incertidumbre con su pescadero, el auricular que abandonado sigue hablando, deudos enlutados enjugando lágrimas junto a la fosa de un aborrecido muerto, una mascarilla y unos guantes de látex, un pastor que desatiende su rebaño, una peluquera apresurada por llegar a la cita con su peluquera, una bomba de napalm destruyendo el coliseo romano, palabras de amor desparramándose sobre la alfombra, una prostituta devorando con avidez a Schopenhauer, una yunta de cisnes tirando de un arado, una tercera cuerda de un segundo violín desafinado, el ladrido de un gato en la distancia, el Sol y la Luna prodigándose arrumacos, una tarta con tres velas, (continuará) 13 de septiembre de 2015 Oquios
Alicia Bermúdez Merino
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Eyewear made in
Eyewear made in
https://valentina-lujan.es/E/eyewearmadein.pdf Lo encontré en seguida. Pedro dijo que lo había dejado en el alcorque de un árbol junto al aparcamiento de las motos; y allí estaba, negro, uno de tantos, helado y ya rígido y, en su vientre, al palparlo, no pude apreciar si era alguna de las hembras embarazadas. Luego vi a las dos; la grande ya parida – la conozco porque tiene un ojo raro – de no más que el día, la noche, anterior, y la pequeña, que está de menos tiempo, allí estaba también. ¿Dónde andarán tus hijos?, pensé, ¿cuántos serán? La blanca y negra, después de una semana reapareció, parida también… Al doblar la esquina de Velázquez un hombre sentado en un banco me esquivó, la mirada, se giró ostensiblemente para darme la espalda y, cuando salí de entre los setos que siempre se me enganchan en el pelo, no estaba ya. Llevaba un jersey azul, un jersey de esos que se notan tricotados a mano y hacen pensar que en la vida de quien lo lleva hay, o hubo, alguna vez una mujer que lo tejió; alguien que eligió con mayor o menor acierto éste o aquel color, tales o cuales agujas y punto inglés, o de arroz, o canalé, y una manga ranglan o pegada o… Una madre, o hermana o esposa o quien fuese que echaba este punto, y luego el otro, del derecho o del revés y mirando, la tele, o escuchando la radio o pensando o recordando o cavilando… Como mi madre, por ejemplo, que tejió muchos para mí siendo yo niña anda ven. Y me lo ponía sobre el brazo - la manga - y calculaba faltan tres dedos o, a veces, se le ocurría con un ovillo trasconejado en un cajón anda, mira, le podemos poner una cenefa; y unas veces la cenefa era a lo mejor un acierto, y otras no. Así que siempre siento un algo de ternura por quien lleva un jersey hecho a mano, porque hubo alguien que lo quiso, alguna vez, y se ocupó o preocupó porque fuese abrigado, y porque el jersey fuese bonito aunque, ya digo, mi propia madre a veces a mí misma me los hizo feísimos. Alguien que alguna vez le dijo tienes mala cara o qué has comido o esas compañías que frecuentas y no me gustan ni un pelo ya veremos si a la larga no… Aquel hombre era de mi edad, más o menos, y parecía desolado o perdido o atribulado; un hombre de campo, o de pueblo, sin arraigo en la ciudad ni versado – se le notaba – en cómo buscarse la vida; un hombre que tampoco era un mendigo porque los mendigos llevan consigo multitud de cosas y aquel no; nada y las manos vacías. Luego, al volver a casa fumando el cigarrillo por el bulevar y pensando esta noche se oyen menos los pájaros, lo volví a ver acurrucado ahora, entonces, aovillado y durmiendo o simulándolo al resguardo de un recodo de la fachada del Vips. La gata del registro me esperaba – bueno, a su postre que es el puñadito de pienso para cachorro que reclama a maullidos cuando me oye, o huele, el ruido de las pisadas por segunda vez – y, al cruzar la calle de Francisco Silvela anudando la bolsa que contiene el poco que había quedado, para mañana, un luminoso con la cara de una joven muy guapa, muy tersa, muy angelical con gafas de sol con montura negra, anunciaba Prada eyewear made in… Pensé el mundo es desmedido y todo en él es desproporcionado, pero me consolé recordando que el gato atropellado no era ninguna de las hembras embarazadas; y que el hombre que tan desamparado parecía llevaba un jersey hecho a mano, y que alguien que lleva un jersey hecho a mano tiene quizás un alguien a quien decir perdí la llave y no quise despertarte. Recordé también que dando tumbos por algún cajón tengo, desde hace años, unas gafas de sol, con montura negra, que en la patilla que no se comió Sánchez pone Ives Saint Laurent, made in Italy. Sánchez es mi perro; yo soy, por tanto, entre los dueños de perro del barrio, la "señora de Sánchez". 5 de abril de 2008
Alicia Bermúdez Merino
/ Novel
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