“Progreso” / 19 results
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Dejar las cosas como estaban
Dejar las cosas como estaban
https://valentina-lujan.es/alicia/quefuepar.pdf que fue, para ponerlas más difíciles por si no lo estaban ya bastante, exactamente lo que hice retrocediendo, regresando como integrante de uno de los grupos ― mientras el señor Ramírez, en el otro , tomaba la merienda que su esposa le sirvió en una bandejita ─ al Cofee & Shop de mis desdichas y tan infausto recuerdo donde creí, me pareció, verla con sus botas con vueltas de piel dejando, no por olvido como entonces el paraguas ella sino inocentemente y en la seguridad de que a la vuelta me lo encontraría todo tal y como quedaba, la carpeta con los papeles abierta sobre la mesa y expuesto ─ el hecho ─ con toda la ingenuidad y absoluta falta de doblez con que se muestra. Yo había considerado la eventualidad de que aconteciese, porque por qué no, alguno de esos accidentes ─ o incidentes, mejor, habida cuenta de que ni esperé ni deseé en ningún momento que la situación tuviera ni mucho menos que llegar a ser calificada de “crítica” o “extrema” ─ domésticos que, ya por la ruptura de la inercia que por sí mismos y pese a su tan frecuentemente extrema pequeñez acarrean, ya porque como suele suceder en tales casos se enzarzara la familia en una discusión acerca de quién de entre todos los presentes había sido el culpable, forzase a que la atención del observador se desviara y, ahí, en ese pequeño revuelo dirimiendo si el café con leche lo derramó sin querer el abuelo o adrede ─ y porque yo no le fuera simpático o tuviese ganas de hacer enfadar a la abuela, por chinchar, simplemente ─ el menor de los nietos, aprovechar yo la coartada para alegar ante mi amigo que qué lástima pero y mira que lo lamento en el alma los papeles habían quedado del todo ilegibles... Pero a la vista de que las cosas se complicaron y de que, pese a lo complicadísimas que estaban, yo no me podía presentar frente a mi amigo, tan anhelante por celebrar mis progresos, sin algo medianamente enjaretado opté por, anhelante yo a mi vez por evitar que me tildase de tonto, renunciar a tantas estúpidas maquinaciones y continuar, sí , pero por caminos más convencionales. Versaciones
Alicia Bermúdez Merino
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De Afrodita a Buzo del Guadalquivir
De Afrodita a Buzo del Guadalquivir
https://valentina-lujan.es/P/puesyocreo.pdf Pues yo creo, Buzo, o al menos es lo que he experimentado, que cuando uno piensa que no es el momento de algo (y me refiero al hecho de escribir, que es lo que siento como eje de mi vida) suele dar un resultado sorprendente el arrancar con una frase, la que sea y – preferentemente – la que desde la razón o la lógica más rechazarías. Con “frase” puedo estar queriendo a lo mejor decir un par de palabras y, desde ahí, sin llevar ninguna idea prefijada en mente, continuar sin pretender arrastrar en la memoria nada más que la última palabra escrita, sin mirar el papel (“papel”, claro, “pantalla”) Y no parar, no detenerse a reflexionar lo lógico o ilógico de qué estarás escribiendo sino, tan sólo, a buscar la palabra que ya por su longitud, o por su sonoridad, o por su cadencia o por la sensación que te sugiere es la que “tú” entiendes ha de ser casi forzosamente la siguiente Al proceder así uno rompe su propio esquema, el molde de su pensamiento, y cuando al cabo de unos minutos levantas la vista y miras qué has escrito puedes quedarte sorprendido al contemplar algo hecho por ti, que tú has “parido” sin haber sospechado antes que estuviera ahí. Yo lo hago muchas veces. Cuando levanto la vista tengo, sí, que arreglar erratas y hacer alguna pequeña modificación. Y disculpa que te de estas explicaciones, como si no entendiera que cada cual tiene sus propios trucos y sus propios mecanismos y sus propios recursos; tan sólo te los comunico porque son los míos, los que conozco por mí misma, y creo que todo cuanto se puede compartir es una forma de abrir ventanas para otros En mi opinión – verás que me encanta “filosofar” – la literatura, a las alturas de civilización y de progreso a las que estamos, no ha evolucionado en la medida en que han evolucionado otras manifestaciones del arte. A la literatura se le sigue exigiendo (o esperando de ella, al menos) que sea descriptiva, secuencial, y que nos cuente lo que de alguna manera ya sabemos. ¿Por qué lo que se acepta en pintura, o en música, o en escultura, no suele tolerarse en la literatura? Tenemos, entre todos los que amamos (puede sonar cursi eso de “amar”, pero es como lo siento) la literatura, que derribar las murallas y los corsés que la encarcelan. ¿Te he largado una monserga? Venga, un saludo. Afrodita a Buzo del Guadalquivir http://buzodelguadalquivir.blogspot.com/2011/01/robare-el- tiempo.html?showComment=1294524244542#c2787797904532188771
Alicia Bermúdez Merino
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Ensayo o reflexión
Ensayo o reflexión
http://valentina-lujan.es/E/ensayoreflexion.pdf (Título en mis archivos: Einstein lo dijo) Einstein lo dijo, que si las abejas desapareciesen a la humanidad le quedarían cuatro años de existencia. No ha quedado constancia de que dijese algo referente a cuántos le quedarían caso de desaparecer los mosquitos trompeteros, las moscas tse-tse o, llevando las cosas a ciertos extremos, las cucarachas. Se carece de noticia de que nadie haya jamás intentado exterminar a las abejas — aunque sí la hay, en los últimos años, de que por razones desconocidas se empezaron a extinguir y que ello causó inquietud, y que los científicos se pusieron manos a la obra de averiguar los porqués —; se sabe de su utilidad, y se aprecia la miel de sus colmenas, y el Hombre es lo suficientemente egoísta como para no destruir aquello de lo que obtiene beneficio. Parece haber sí un cierto consenso entre todos los seres racionales del planeta en cuanto a que el mosquito trompetero, la mosca tse-tse, las cucarachas, las moscas comunes, los piojos, las garrapatas y otros tantos y cuantos serecillos diminutos pero muy antipáticos e indeseables no sirven absolutamente para nada. Metiéndose en cuestiones religiosas y filosóficas se puede afirmar que salvo elucubraciones no se sabe el porqué ni el para qué de la Creación; sí se puede atisbar que fue perpetrada — “perpetrada” (escrito adrede en lugar de “construida” o “llevada a cabo” o “edificada” o, por quitarse de filigranas, sencillamente “creada”) porque a las alturas de civilización y de progreso a que en estos comienzos del siglo XXI estamos no parece, a la vista del panorama que el mundo ofrece, sino que su finalidad fuese otra que el tan solo fastidiar — por una mente superior y enormemente sabia que, como es obvio y al correr irremisiblemente parejos los conceptos de “sabiduría” y de “bondad”(hay, sin embargo, opiniones que cuestionan este criterio), obliga, de por sí, a entender que la Creación fue para bien. Y si la Creación fue para bien parece razonable admitir que todo cuanto en ella se contiene también lo es; así pues y por tanto, hay que entrar por el aro y transigir con que el mosquito trompetero, la mosca tse-tse, las cucarachas, las moscas comunes, los piojos, las garrapatas y otros tantos y cuantos serecillos diminutos pero muy antipáticos e indeseables sí sirven para algo, ¿pero para qué? ¿Por qué malgastaría Dios — o el correspondiente “hacedor” désele el nombre que se le quiera dar en función de si se es creyente o ateo o agnóstico o cualquiera de tantísimas cosas como se pueda ser — su precioso tiempo, tan recién como quien dice creado, en elaborar seres tan pequeños e inservibles pero que requerían un trabajo tan fino, tan delicado, para total no servir para nada ni ser valorado? ¿Se imaginan lo engorroso que debió de ser el elaborar los ocelos — ojos simples de los insectos; también se da este nombre a ciertas manchas — y, más laborioso todavía, ¿los ojos compuestos con sus correspondientes centenares de facetas? Y, todo ese esmero, para adornar a unos bichejos cabrones que vienen a zumbarte en plena siesta e incluso a pegarte un picotazo en la mejilla y levantarte una roncha… Tiene que haber otros motivos. Y en el peor de los casos y si no los hubiera tómese, a modo de experimento, todos los ingredientes de que están compuestos, vamos a imaginar, el cuerpo y el alma (porque algún alma tendrán o de lo contrario serían “seres inanimados” cuando obsérvese, sin embargo, como corren las muy condenadas) de una cucaracha. Considerémoslo un trabajo de científico aplicado que, con todos los ingredientes tomados en las exactas proporciones, combinados y distribuidos en diferentes montoncitos de manera que “con esto de aquí tengo para las patas con eso otro de allí para el color negro del cuerpo y con aquello de más allá para los élitros”, se pone manos a la obra de elaborar una cucaracha que, además, ha de tener vida. No quiero pecar de escéptica, pero juraría que nadie lo ha conseguido. Es más — y de composición mucho más simple, como en el caso del agua, que parece una cosa tontorrona —, aprovisiónese el científico de dos H y una O y, luego, que nos cuente si se bebió el resultado. Pero me he desviado mucho del origen y para qué de esta disertación mía. Adonde en realidad quería yo ir es a que valoramos, respetamos, aquello de cuya utilidad o beneficio somos conscientes. De los mosquitos trompeteros — la mosca tse-tse y el resto de animalejos enumerados puede consultarse más arriba — no se tiene constancia de que merezca la pena el que pervivan e, incluso, algunos, como la ya mencionada cucaracha, se pone bastante empeño en que desaparezcan de este mundo. No se ha conseguido, es verdad, y creo que hasta incluso... 4 de diciembre de 2010
Alicia Bermúdez Merino
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Cárceles, turbamultas, inmolaciones (Cárceles de profundas)
Cárceles, turbamultas, inmolaciones (Cárceles de profundas)
https://valentina-lujan.es/C/carceles.pdf Cárceles subterráneas de profundas naderías oscureciendo el fondo tan lejano tan de vida obviada en el serpentear del laberinto de todo un no parar no detenerse no hacer oído ni prestar cordura a de qué está advirtiendo desde arriba, desde la boca abierta del aljibe, el silencio que no supieron desdichadas las Piérides guardar en su inanía. * Turbamulta de multiformes móviles moviendo, por entre el ondular de las mutantes metonimias de anémicas anónimas nociones de eunucos y de Euménides ninfómanas notando ignotas naderías nacaradas y nítidas, nordésticas anubladas inenarrables insipiencias renuentes a la amable quietud de la noctambulía. * Inmolaciones en aras de progresos erigidas en los centros neurálgicos que histéricos, históricos heridos por tantas agresiones infligidas en suave lento imperceptible insulto mudo que pronuncia sin labios la nada más manera de decirte sin palabras que nada vale nada es ni nada alcanza lo que no dé beneficio a las arcas y bolsillos de quien manda, indultan con benévola indolente bonhomía la constante erradicación voraz feroz de un algo de inquietud que movería a resistir la afrenta sin esgrimir la ira. 10 de octubre de 2010 Silogismos
Alicia Bermúdez Merino
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De vuelta a las cavernas
De vuelta a las cavernas
https://valentina-lujan.es/B/devueltalascavernas.pdf Que luego, pensando más despacio, considero que a lo mejor no sería tan malo: volver a las cavernas, olvidarnos de tantos siglos de civilización y de tantos cachivaches y trastos de que en nombre de ella, esa supuesta civilización, nos hemos ido poco a poco rodeando y dejando esclavizar; y volver a salir de las cuevas desnudos, con todos los recuerdos borrados, y empezar de nuevo a construir un progreso distinto basado en cimientos diferentes, encaminado a otros fines quizá menos mezquinos. Y terminará por suceder, de algún modo; y lo mismo que civilizaciones anteriores que parecían del todo imbatibles quedaron reducidas a la nada sin más rastro de su existencia que unas cuantas piedras que acuden a mirar los turistas en sus chanclas, con sus pantalones cortos y sus cámaras de video al hombro, esta cultura nuestra del asfalto y las máquinas y tanto movimiento y tanto ruido, y tantas palabras pronunciadas para no decir absolutamente nada, desaparecerá igualmente… o de otra manera y, total, para dar paso a otra época que se volverá a aniquilar a sí misma… ¿Y así siempre? Nunca he entendido, y ello es quizás porque me falta cultura, por qué a lo largo de la Historia, pueblos muy distintos y distantes de otros tanto en el espacio como en el tiempo han caído en idénticos errores con independencia de cuales hayan sido sus creencias, sus dioses, sus héroes o sus pensadores. Existe pensamiento filosófico en todas las latitudes del planeta, de todos los colores, y tan bien argumentado y planteado el que nos dice “todo es, nada cambia” como el que asegura que “nada es, todo cambia”. ¿Cuál, de entre dos afirmaciones tan dispares, es la verdadera? Tal vez lo que ocurre es que ambas tienen un algo de cierto; pero en tal caso no parece necesario que ni quienes elaboraron una teoría ni los que alentaron la contraria se tomaran la molestia de discurrir nada… No hace falta ser filósofo para darle al coco, ni ser religioso para tener un criterio personal de qué es correcto o incorrecto, bueno o malo; ni ser legislador para decidir qué es admisible y qué es intolerable. Es sí intolerable que la conciencia renuncie a su derecho delegándolo en qué dictan las leyes que mejor se acomodan al momento, y que las gentes obvien su criterio propio, o el que deberían tener como seres no sólo pensantes sino también sintientes ― no únicamente de sus propias sensaciones o apetencias o debilidades o inclinaciones sino del latir de la vida en todo lo que no forzosamente piensa pero sí con seguridad siente ― ante lo que no estaría mal que fuese enjuiciamiento limpio y desprovisto de argumentaciones mentirosas y sesgadas de sus propios actos… Así matar es malo; y todo el mundo está de acuerdo en que lo es pero. Y ese pero abre las puertas a condicionantes que puede que tarden en arraigar, sí, pero terminan por instalarse en las mentes, y en las almas, hasta hacernos comulgar con la idea de que bueno, tal vez debamos ser comprensivos para con el crimen en según qué casos y transigir, como algo normal, con la pena de muerte, o con la aniquilación de tanta vida que acarrean las guerras, o con el asesinato de criaturas no nacidas porque, de un día para otro, alguien decide que aquello no es una persona; y al amparo de la ley prescindimos, por comodidad o por egoísmo, de qué íntimamente sabemos ― sin la sombra de una duda y por mucho que argumentaciones engañosamente científicas nos quieran persuadir de lo contrario ― como incuestionable porque… vamos a ver, que alguien me explique por qué si aquello alojado en el vientre de una mujer no es vida puede crecer y desarrollarse. Y así matar a un criminal no es delito, y masacrar a las gentes porque hay una declaración de guerra de por medio tampoco lo es, y que millares de mujeres asesinen a los hijos que estaban gestando porque resulta que antes de no sé qué semanas un feto es nada más una masa informe se ha convertido en un derecho. Me he desviado del tema... ¡Pero para eso estoy en mi página y en un mundo en el que se proclama que se tienen tantos y cuántos y tales o cuales derechos!
Alicia Bermúdez Merino
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Dejar las cosas cómo estaban
Dejar las cosas cómo estaban
http://valentina-lujan.es/doc/que%20fue%20para%20ella.pdf que fue, para ponerlas más difíciles por si no lo estaban ya bastante, exactamente lo que hice retrocediendo, regresando como integrante de uno de los grupos ― mientras el señor Ramírez, en el otro , tomaba la merienda que su esposa le sirvió en una bandejita ─ al Cofee & Shop de mis desdichas y tan infausto recuerdo donde creí, me pareció, verla con sus botas con vueltas de piel dejando, no por olvido como entonces el paraguas ella sino inocentemente y en la seguridad de que a la vuelta me lo encontraría todo tal y como quedaba, la carpeta con los papeles abierta sobre la mesa y expuesto ─ el hecho ─ con toda la ingenuidad y absoluta falta de doblez con que se muestra. Yo había considerado la eventualidad de que aconteciese, porque por qué no, alguno de esos accidentes ─ o incidentes, mejor, habida cuenta de que ni esperé ni deseé en ningún momento que la situación tuviera ni mucho menos que llegar a ser calificada de “crítica” o “extrema” ─ domésticos que, ya por la ruptura de la inercia que por sí mismos y pese a su tan frecuentemente extrema pequeñez acarrean, ya porque como suele suceder en tales casos se enzarzara la familia en una discusión acerca de quién de entre todos los presentes había sido el culpable, forzase a que la atención del observador se desviara y, ahí, en ese pequeño revuelo dirimiendo si el café con leche lo derramó sin querer el abuelo o adrede ─ y porque yo no le fuera simpático o tuviese ganas de hacer enfadar a la abuela, por chinchar, simplemente ─ el menor de los nietos, aprovechar yo la coartada para alegar ante mi amigo que qué lástima pero y mira que lo lamento en el alma los papeles habían quedado del todo ilegibles... Pero a la vista de que las cosas se complicaron por causa no sabría yo muy bien precisar si porque, como se viene de relatar, el pequeño se vino o porque mi amigo perdiera la noción del tiempo y del espacio menos de lo que yo llevado de mi optimismo me había permitido suponer o, que sería una cuarta posibilidad, porque al su esposo comentar que de haber sabido (etc.) no habría importado que se dejara el mayor los deberes sin hacer, ella, Sonia (porque creo que si no me he trafulcado la puedo llamar Sonia hace ya mucho), le respondiese con mucha acritud “lo habrías sabido si prestaras más atención a tu familia y a tus hijos” o, que sería la quinta , porque los papeles no quedasen ilegibles y de que, pese a lo complicadísimas que estaban, yo no me podía presentar frente a mi amigo, tan anhelante por celebrar mis progresos, sin algo medianamente enjaretado opté por, anhelante yo a mi vez por evitar que me tildase de tonto, renunciar a tantas...
Alicia Bermúdez Merino
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Dejar las cosas como estaban
Dejar las cosas como estaban
https://valentina-lujan.es/A/que%20fue%20para.pdf que fue, para ponerlas más difíciles por si no lo estaban ya bastante, exactamente lo que hice retrocediendo, regresando como integrante de uno de los grupos ― mientras el señor Ramírez, en el otro , tomaba la merienda que su esposa le sirvió en una bandejita ─ al Cofee & Shop de mis desdichas y tan infausto recuerdo donde creí, me pareció, verla con sus botas con vueltas de piel dejando, no por olvido como entonces el paraguas ella sino inocentemente y en la seguridad de que a la vuelta me lo encontraría todo tal y como quedaba, la carpeta con los papeles abierta sobre la mesa y expuesto ─ el hecho ─ con toda la ingenuidad y absoluta falta de doblez con que se muestra. Yo había considerado la eventualidad de que aconteciese, porque por qué no, alguno de esos accidentes ─ o incidentes, mejor, habida cuenta de que ni esperé ni deseé en ningún momento que la situación tuviera ni mucho menos que llegar a ser calificada de “crítica” o “extrema” ─ domésticos que, ya por la ruptura de la inercia que por sí mismos y pese a su tan frecuentemente extrema pequeñez acarrean, ya porque como suele suceder en tales casos se enzarzara la familia en una discusión acerca de quién de entre todos los presentes había sido el culpable, forzase a que la atención del observador se desviara y, ahí, en ese pequeño revuelo dirimiendo si el café con leche lo derramó sin querer el abuelo o adrede ─ y porque yo no le fuera simpático o tuviese ganas de hacer enfadar a la abuela, por chinchar, simplemente ─ el menor de los nietos, aprovechar yo la coartada para alegar ante mi amigo que qué lástima pero y mira que lo lamento en el alma los papeles habían quedado del todo ilegibles... Pero a la vista de que las cosas se complicaron por causa no sabría yo muy bien precisar si porque, como se viene de relatar, el pequeño se vino o porque mi amigo perdiera la noción del tiempo y del espacio menos de lo que yo llevado de mi optimismo me había permitido suponer o, que sería una cuarta posibilidad, porque al su esposo comentar que de haber sabido (etc.) no habría importado que se dejara el mayor los deberes sin hacer, ella, Sonia (porque creo que si no me he trafulcado la puedo llamar Sonia hace ya mucho), le respondiese con mucha acritud “lo habrías sabido si prestaras más atención a tu familia y a tus hijos” o, que sería la quinta , porque los papeles no quedasen ilegibles y de que, pese a lo complicadísimas que estaban, yo no me podía presentar frente a mi amigo, tan anhelante por celebrar mis progresos, sin algo medianamente enjaretado opté por, anhelante yo a mi vez por evitar que me tildase de tonto, renunciar a tantas estúpidas maquinaciones y continuar, sí , pero por caminos más convencionales.
Alicia Bermúdez Merino
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De la señorita Berta a Cora
De la señorita Berta a Cora
https://valentina-lujan.es/C/Chapuza.pdf – ¿Chapuza? Porque me he armado de valor y le he enseñado, por fin, y un poco más optimista gracias a los ánimos que el señor Ramírez me ha infundido, mis pequeños progresos. – ¡Pero si es la verdad! Y nos enzarzamos en una discusión tal vez acalorada planteándonos qué es la verdad; cuánto o a quién importa la verdad; cuáles son los valores estratégicos o artísticos de la verdad; hasta dónde se puede llegar esgrimiendo tales o cuales verdades… No logramos llegar a un acuerdo y nos disponemos a separamos, un poco cabizbajos. Ya hemos terminado el último sorbo de las consumiciones y estamos recogiendo las pocas cosas que hemos puesto hoy sobre la mesa. Él dice entonces “¡Joder, no tengas tanta prisa! Anda, tomate otra”. Y bebemos en silencio sin que suceda nada, sin que ninguno de los dos encontremos la palabra mágica que logre romper el hielo hasta que, transcurridas un par de horas, se acerca la camarera y me dice que lo siente, pero que es hora de cerrar. Yo lo lamento; no que sea hora de cerrar ― porque la verdad es que me duele bastante la cabeza y entiendo que me vendrá bien irme a casa, y tomarme una aspirina y meterme en la cama ― sino porque, estratégicamente, o artísticamente, me habría venido mejor que dijera cualquier otra cosa que me diese pie a entablar conversación, más cuando el local había estado toda la tarde prácticamente vacío, y preguntarle “¿a usted que le parece?”. Ella, entonces y a muy poquita buena voluntad que le echase, habría podido aportar su punto de vista y darme su opinión sobre si me haría más juego que la chapuza fuese el cielo y el infierno ― que no estaría siendo ningún disparate porque, eso era cierto, me había salido algo torcido ― o el hecho, intrascendente tal vez, de sacar a relucir la edad del chico, tan espabilado pero y qué, o la circunstancia obviable en un principio de que el abuelo fuese mudo. Luego, ya en la calle, me vino a la cabeza que en lo concerniente al tema de la verdad y tantas consideraciones en torno a ella como pudieran hacerse no habíamos entrado; y estuve por regresar. Regresar y, ya a solas y quién sabe si no a oscuras y teniéndome que servir de la llama del mechero si tenía ella costumbre de desconectar la luz, volver a sentarme en la misma mesa y a ponerme en la misma postura y a colocarme en la misma situación para, en absoluto silencio ahora, volver a abrir la carpeta y retomar la conversación con mi amigo que, sentado frente a mí lejos y ajeno a mis inquietudes por plasmar negro sobre blanco un mundo tan abstracto como es el de las ideas, liberado de la obligación a que lo enfrentaba el hecho a buen seguro tan ingrato de tener que resultar si no del todo brillante sí al menos inteligente, se hallaría en las condiciones óptimas para verbalizar con entera sencillez algo tan complejo como qué es y para qué sirve algo tan peregrino y cuestionable como lo es la verdad. Pero, amparado en el subterfugio de que en la oscuridad no me sería posible trascribir lo que él dijera, no regresé. Y vuelve a asaltarme la duda porque no sé si lo hice ― o no lo hice, o si sería más adecuado desistí ― por lo que termino de exponer o porque ella había echado ya el cierre, o porque era una mujer francamente antipática, o porque ya tenía yo bastante emborronados los papeles y bastante ensombrecido el ánimo a causa de la mudez — tan irreflexiva e innecesaria y que tan culpable me hacía sentir — del pobre señor Ramírez como para seguir enredando.
Alicia Bermúdez Merino
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Velos de silencio
Velos de silencio
https://valentina-lujan.es/U/unasombratejado.pdf Una sombra en el tejado hizo mirarme al espejo y vimos entonces, él y yo, que no eran de agua sino de un material de aspecto duro y brillante, acero tal vez, que ululaba como si se tratase de una bandada de búhos y les confería, a ellos, la cualidad de espirales polvorientas ensortijándose en las ramas de los abedules para, acto seguido, derramarse por el pavimento resbaladizo sembrado de escollos transversales y multicolores, ribeteados de oropéndolas repetidas en un tono quebradizo, lastimero, que oscilaba entre las satíricas cuencas de un número indeterminado de ojos y el escaso deambular de frentes abatidas por opacas pesadumbres, al pie de una letra ilegible que, si pocos comprendían, muchos trataban de esquivar ocultándose a la sombra de no sabrían, nunca, precisar qué fatídicos designios que los perseguían causando, en su presuroso transitar, el latido mohoso de carcajadas evanescentes – teñidas del color de una sangre que a lo largo de cientos de suspiros erróneos se había vuelto insensible – que se dejarían oír lejos o demasiado cerca dependiendo, en todo caso salvo en ocasiones tan escasas que los pocos que alguna vez pudieran atrapar alguna la guardarían bajo siete llaves, de si mañana, o al cabo de la calle principal donde debían en un principio alzarse los edificios más emblemáticos de la ciudad, iban a ser cercenadas las esquirlas romas de un pasado angosto o, muy por el contrario – en un futuro que por qué no atreverse a predecir cuando qué se arriesgaba y atendiendo a exigencias de quienes por entonces esgrimieran el honor de saber evadirse de ser agasajados, nada fácil –, desechado por fin el ambicioso proyecto e impuesta la necesidad de resignarse ante la evidencia de que los tiempos que corrían cansinos y pálidos y desmadejados no daban pábulo a tanta ostentación ni tregua a tanto boato como se desprendía lenta muy lentamente de las comisuras ajadas de tantos paramentos – ornados hasta entonces de un cierto verdor demasiado extenuante – impregnando las ropas y los rostros de un color más oscuro que el del día anterior, elogiar el denuedo con que alguien encareciese la conveniencia de colocar un letrerito en el que se pudiese leer a cualquier hora del día o de la noche PROHIBIDO PISAR EL CÉSPED. Una mujer advirtió a una niña del peligro que entrañaba el permanecer tan cerca de lo que, a juzgar por la vehemencia con que la conminaba a echarse hacia atrás, debía suponerse el borde de algún abismo; pero la chiquilla no le hizo caso y en apenas unos instantes pudimos ver cómo enarbolaba lo que a simple vista habría podido parecer un argumento sólido que iba, o iría, a invalidar sus temores si los acontecimientos no se desarrollaban según la costumbre instituida desde hacía nadie pudo jamás precisar cuántos años. 08/05/2006 21:44:55 –Las diez menos cuarto, en definitiva — redondeó sin pestañear la madre de las Fresnedo, alargando su mano para recoger el par de folios que, algo temblorosa aún, le tendía. Y le sonrió, doblándolos por las mismas marcas que tenían antes de sacarlos del sobre, en señal de aprobación. – ¿Sólo eso? — inquirió en tono resentido Teresita Ledesma, que como la otra apretase los labios haciéndoles con lentitud un doblez más de los que tuviesen de origen volvió a la carga con —: ¿Ni una palabra elogiando sus progresos? –Es que…— intervino Encarnación Corcuera, que carraspeó para armarse de valor antes de preguntar en tono altivo «¿qué progresos?». – ¿Ah; no? –Yo —terció la pequeña de las Aranguren—, y no es que quiera una tomar partido cuando además bien sabes que te aprecio, he leído esa misma carta muchas veces; y me consta que ha omitido el encabezamiento. –Pues, yo, y mira que he estado bien atenta, no he echado en falta nada en absoluto. – ¡“No he echado en falta nad…”! —remedó sarcástica Mercedes Agudo; y se puso de pie de un salto, y de otro se plantó delante de la tía viuda de las Suances para casi gritarle—: lo que a usted le pasa es que con tal de contemporizar es capaz de pasar por carros y carretas; pero a veces hay que mojarse, ¿entiende? –Vale —admitió la viuda—: puede que tengas razón, en parte, pero el encabezamiento es un… no sé, detalle tan puramente accesorio, que… – ¡Pues por accesorio, precisamente, hay... Etiqueta: Papeles
Alicia Bermúdez Merino
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Para poner las cosas más difíciles
Para poner las cosas más difíciles
https://valentina-lujan.es/R/que%20fue.pdf que fue, para ponerlas más difíciles por si no lo estaban ya bastante, exactamente lo que hice retrocediendo, regresando al Cofee & Shop de mis desdichas y tan infausto recuerdo donde creí, me pareció, verla con sus botas con vueltas de piel dejando, no por olvido como entonces el paraguas ella sino inocentemente ahora yo y en la seguridad de que a la vuelta me lo encontraría todo tal y como quedaba, la carpeta con los papeles abierta sobre la mesa y expuesto ─ el hecho ─ con toda la ingenuidad y absoluta falta de doblez con que se muestra. Yo había considerado la eventualidad de que aconteciese, porque por qué no, alguno de esos accidentes ─ o incidentes, mejor, habida cuenta de que ni esperé ni deseé en ningún momento que la situación tuviera ni mucho menos que llegar a ser calificada de “crítica” o “extrema” ─ domésticos que, ya por la ruptura de la inercia que por sí mismos y pese a su tan frecuentemente extrema pequeñez acarrean, ya porque como suele suceder en tales casos se enzarzara la familia en una discusión acerca de quién de entre todos los presentes había sido el culpable, forzase a que la atención del observador se desviara y, ahí, en ese pequeño revuelo dirimiendo si el café con leche lo derramó sin querer el abuelo o adrede ─ y porque yo no le fuera simpático o tuviese ganas de hacer enfadar a la abuela, por chinchar, simplemente ─ el menor de los nietos, aprovechar yo la coartada para alegar ante mi amigo que qué lástima pero y mira que lo lamento en el alma los papeles habían quedado del todo ilegibles... Pero a la vista ― por una parte ― de que las cosas se complicaron por causa no sabría yo muy bien precisar si porque, como se viene de relatar, el pequeño se vino con los del primer grupo o porque mi amigo perdiera la noción del tiempo y del espacio menos de lo que yo llevado de mi optimismo me había permitido suponer o, que sería una cuarta posibilidad, porque al su esposo comentar que de haber sabido (etc.) no habría importado que se dejara el mayor los deberes sin hacer, ella, Sonia (porque creo que si no me he trafulcado la puedo llamar Sonia hace ya mucho), le respondiese con mucha acritud “lo habrías sabido si prestaras más atención a tu familia y a tus hijos” o, que sería la quinta , porque los papeles no quedasen ilegibles y de que ― por otra parte ― pese a lo complicadísimas que estaban yo no me podía presentar frente a mi amigo, tan anhelante por celebrar mis progresos, sin algo medianamente enjaretado opté por, anhelante yo a mi vez por evitar que me tildase de tonto, renunciar a tantas estúpidas maquinaciones y continuar, sí , pero por caminos más convencionales que nos conducirían, a todos aunque a los niños hubiera que llevarlos en brazos porque ya empezaban a quejarse de tener sueño y estar muy cansados, a desenlaces bastante más coherentes e instalados en la razón del lector medio que, en opinión de mi amigo, suele tener una cierta querencia por que los finales se centren en hechos decididamente adversos o abiertamente felices pero sin tanto ringorrango, dijo, de connotaciones psicológicas como yo le estaba incorporando a una historia que podía muy bien ser, a él le daba lo mismo, de amor o de guerra o de aventuras que, si yo quería, se podían desarrollar en alguna galaxia lejana con muchos efectos especiales pero ni mucho menos la mitad de destructivos que estos tan abstrusos que yo estaba empleando para, total y a fin de cuentas ― “porque tienes que reconocerlo”, me dijo, y que así nos evitaríamos cantidad de sinsabores porque con “este panorama”, añadió, señalando arrugando la nariz los folios, que no me pensase que fuera a... --- Para decirlo todo y que no... Que sería una segunda posibilidad... Puede que menos embargado... Y última, aunque se me ocurran... Que creo, aun con dolor... Continuar porque si renunciaba...
Alicia Bermúdez Merino
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¡Vaya chapuza!
¡Vaya chapuza!
http://valentina-lujan.es/alicia/chapuzavers.pdf – ¿Chapuza? – dice. Porque me he armado de valor y le he enseñado, por fin, y un poco más optimista gracias a los ánimos que el señor Ramírez me ha infundido, mis pequeños progresos. – ¡Pero si es la verdad! – digo. Y nos enzarzamos en una discusión tal vez acalorada planteándonos qué es la verdad; cuánto o a quién importa la verdad; cuáles son los valores estratégicos o artísticos de la verdad; hasta dónde se puede llegar esgrimiendo tales o cuales verdades… No logramos llegar a un acuerdo y nos disponemos a separamos, un poco cabizbajos. Ya hemos terminado el último sorbo de las consumiciones y estamos recogiendo las pocas cosas que hemos puesto hoy sobre la mesa. Él dice entonces “¡Joder, no tengas tanta prisa! Anda, tómate otra”. Y bebemos en silencio sin que suceda nada, sin que ninguno de los dos encontremos la palabra mágica que logre romper el hielo hasta que, transcurridas un par de horas , se acerca la camarera y me dice que lo siente, pero que es hora de cerrar. Yo lo lamento; no que sea hora de cerrar ― porque la verdad es que me duele bastante la cabeza y entiendo que me vendrá bien irme a casa y, atendiendo a los consejos de mi madre, tomarme una aspirina y meterme en la cama ― sino porque, estratégicamente, o artísticamente, me habría venido mejor que dijera cualquier otra cosa que me diese pie a entablar conversación, más cuando el local había estado toda la tarde prácticamente vacío , y preguntarle “¿a usted que le parece?”. Ella, entonces y a muy poquita buena voluntad que le echase, habría podido aportar su punto de vista y darme su opinión sobre si me haría más juego que la chapuza fuese el cielo y el infierno ― que no estaría siendo ningún disparate porque, eso era cierto, me había salido algo torcido ― o el hecho, intrascendente tal vez, de sacar a relucir la edad del chico, tan espabilado pero y qué, o la circunstancia obviable en un principio de que el abuelo fuese mudo o yo fuera huérfano. Luego, ya en la calle, me vino a la cabeza que en lo concerniente al tema de la verdad y tantas consideraciones en torno a ella como pudieran hacerse no habíamos entrado; y estuve por regresar para tratar de, si aún estaba a tiempo, arreglar las cosas. Pero no regresé. Y aquí vuelve a asaltarme la duda porque no sé si lo hice ― o no lo hice, o si sería más adecuado desistí ― porque ella había echado ya el cierre, o porque era una mujer francamente antipática, o porque ya tenía yo bastante emborronados los papeles y bastante ensombrecido el ánimo a causa de la mudez — tan irreflexiva e innecesaria y que tan culpable me hacía sentir — del pobre señor Ramírez como para seguir enredando o porque, desde lejos y habiendo echado ya el cierre, la escuche decir “espera un momento, por favor” y correr tras de mí para, apenas la pobre sin resuello, decirme ah, disculpe, que olvidé decírselo, su amigo telefoneó diciendo que hoy no podía venir pero que, añadió sonriendo y con voz de quien quiere hacerse perdonar, parecía que me había defendido bastante bien yo solo, y que no ha parado usted de escribir en toda la tarde. Y, tras una nueva sonrisa y un adiós, desanduvo lo andado y vi que entraba por la puerta derecha ― que alguien debió de abrirle desde dentro ― de un coche rojo, grande y muy bonito, que me llamó la atención porque me pareció muy lujoso para una camarera aunque ― pensé ―, eso no tendría por qué ser impedimento para que pudiese ella tener, quizás, un novio (o un amante) que gozara de una de esas economías que suelen denominarse saneadas. Y como sonrió ―y dos veces, además ―pensé que, en justicia, debería suprimir la posibilidad de que fuese una mujer francamente antipática. Continuará… (Escribí) … “y que sea lo que Dios quiera”. Me dije, resignado a mi triste suerte. Pero ya fuese porque Dios no tuviera a bien intervenir o porque se desencadenara una guerra o una tormenta, o porque sufriera yo uno de esos estúpidos accidentes domésticos que lo mantienen a uno alejado contra su voluntad de la vida cotidiana y del mundo en el que sabe desenvolverse, o porque ― puestos a desbarrar, porque cuando uno se ve arrancado de su realidad de forma tan brusca, violenta e inhumana como lo es un bombardeo su consciencia sufre alteraciones que resulta imposible predecir ni controlar ― y pese a lo mucho que Ramírez encomiase tanto las dotes culinarias de su joven esposa como lo enormemente amable y lo muy cordial que era viniese a resultar que la comida de aquel día consistiera en unas latas de judías con chorizo que envió a comprar la señora de Ramírez (madre) a uno de los chiquillos a la tienda de la esquina y la señora... Versaciones
Alicia Bermúdez Merino
/ Novel
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