About the work
https://valentina-lujan.es/alicia/ellatenitodal.pdf
y había, por tanto y en justicia, que dársela por doloroso que pudiera resultarme porque, como le diría a mi amigo tan pronto nos viésemos, “¿quién que no sea un insensato habría aceptado meterse en semejante lío?”. Él, entonces, contestaría algo que de momento no me sentía yo lo suficientemente despejado para poderlo imaginar; así que opté por, desoyendo el rezongar de mi madre protestando para mi desconcierto “eso no se puede consentir” y que era una afrenta y “¡si tu padre levantara la cabeza!”, no pensar en eso aquí ni ahora y centrar toda mi atención en el movimiento de las manos del anciano.
Pero mi madre, que no para en sus lamentaciones machacando con lo de la afrenta, logra desconcentrarme y hacerme perder el hilo de la traducción del niño; y yo me enfado, con ella — que también me desconcierta, porque por lo general no me atrevo, pero debe de ser que hoy estoy raro o la luna creciente, o menguante, o llena, como sé yo que alguna de las fases afecta aunque no sé exactamente cuál; pero el caso, que es a lo que vamos, es que me enfado con ella, mi madre, y que me pongo muy contento porque es la primera vez en mi vida que me enfado con ella — me enfado muy contento con ella y le digo…
– Pero eso — ahora Lola, que se ha venido al despacho a, sentada frente a mí en una silla de tijera de esas de playa, quitar la hebra a un quilo de judías verdes —, entiéndalo recapacite un poquito, no encaja.
– ¿Qué no encaja?
– Enfadarse muy contento. No encaja.
Y, debe de ser que ha terminado con las judías, se pone de pie y se marcha con su silla.
Se marcha con su silla y sus judías y yo, tras emitir un ahogado oh que nadie ha oído y por supuesto no escribo, enfilo el pasillo detrás de ella.
– Lola.
– Dígame — ella, desde la cocina, con esa voz siempre serena y apacible.
– ¿No debiera ser yo quien dice eso?
– ¿Quien dice qué?
– Lo de que enfadarse muy contento no encaja. Yo puedo, si usted no se opone, recapacitar muy deprisa, ¿me entiende?, y entendiendo que me daría más juego…, literariamente hablando, entiéndame, decirlo yo y seguirla hasta la cocina… ¿ve?, ya estoy aquí — apoyado, y eso tendrá que admitir que es rigurosamente cierto, en el quicio de la puerta —, apoyado en el quicio de la puerta para rogarle que, por favor, me ceda esa fras…
– Ni lo sueñe — lavando al grifo las judías sin hebra —; si le cedo esa frase tendré que darle la réplica con algo inteligente, y esa es una responsabilidad que no pienso asumir.
– Pero, Lola…
– Que no que no. Yo estoy en esta casa para fregar, limpiar, cocinar, planchar, limpiar la plata, dar cuerda a los relojes…
– ¿Qué plata?, Lola ¿Qué cuerda si en esta casa el único reloj es el digital que compré en el chino? Y, la plata, la plata tres tenedores y dos cucharas de acero inoxid…
– No pretenda liarme. Estoy muy ocupada y todavía tengo que ocuparme de Grundtvig.
– ¿Grundtvig?
– El gran danés.
– A. Un personaje importante, veo. Pero, ¿qué tiene que ver con nosotros?
– Usted sabrá. Usted lo adoptó y usted le puso el nombre.
– ¿A quién?
– A Grundtvig. Y no se haga el tonto.
– Si no me lo hago; es que…
– Tengo que sacarlo, y no sé dónde dejó usted el collar cuando lo sacó ayer. Y que no me importa, que es muy bueno, pero que el collar no aparece y que, que no se le vaya de la cabeza ni me cambie de tema, no pienso decir algo inteligente.
– Lola, ¿por qué me hace estas cosas?
– Porque, ya se lo he dicho — ahora está llenando el lavavajillas que maltita la falta que nos hace y encima no cabe—, es una responsabilidad muy grande.
– Mas grande es él, que termino de buscarlo en la Wikipedia, de 65 a 80 kilos. Y, en este apartamento, tan pequeño.
– No me cambie de tema. Además lo de enfadarse muy contento me empieza a gustar; me pareció una tontería pero me empieza a gustar; tiene su puntito, ¿no cree?
– O sea, que le parece inteligente.
– Sí. Creo que sí. Sugiere un algo así como choque de emociones que invita a, no sé, reflexionar…
– ¿Reflexionar?
– Sí. Qué se desea y qué se desearía desear, qué se querría querer hacer y qué se hace. Cómo querría uno quererse sentir y cómo se siente…
– ¿Y?
– Pues, que sí. Que pruebe usted a enfadarse muy contento con… ¿era su madre o era su amigo? Pruebe y a ver qué tal resulta. Y si sale mal no será nada más que una más de tantas cosas que todos los días salen mal. Pero la vida sigue, ya lo verá… ¡Vamos, Grundtvig!
– Pero y a mi madre qué le digo.
– ¡Vamos, Grundtvig!
– ¡No sé para qué la quiero! — le grito por el hueco de la escalera.
– ¡Ni yo a usted! — ella, con su voz siempre serena y apacible.
Versaciones
Shown in
Creativity declaration
100% human created
Declaration Date:
Aug 13, 2023, 9:49 PM
Identification level:
Low
Fictional content
Declaration Date:
Aug 13, 2023, 9:49 PM
Identification level:
Low
Print work information
Work information
Title Ella tenía toda la razón de este mundo
https://valentina-lujan.es/alicia/ellatenitodal.pdf
y había, por tanto y en justicia, que dársela por doloroso que pudiera resultarme porque, como le diría a mi amigo tan pronto nos viésemos, “¿quién que no sea un insensato habría aceptado meterse en semejante lío?”. Él, entonces, contestaría algo que de momento no me sentía yo lo suficientemente despejado para poderlo imaginar; así que opté por, desoyendo el rezongar de mi madre protestando para mi desconcierto “eso no se puede consentir” y que era una afrenta y “¡si tu padre levantara la cabeza!”, no pensar en eso aquí ni ahora y centrar toda mi atención en el movimiento de las manos del anciano.
Pero mi madre, que no para en sus lamentaciones machacando con lo de la afrenta, logra desconcentrarme y hacerme perder el hilo de la traducción del niño; y yo me enfado, con ella — que también me desconcierta, porque por lo general no me atrevo, pero debe de ser que hoy estoy raro o la luna creciente, o menguante, o llena, como sé yo que alguna de las fases afecta aunque no sé exactamente cuál; pero el caso, que es a lo que vamos, es que me enfado con ella, mi madre, y que me pongo muy contento porque es la primera vez en mi vida que me enfado con ella — me enfado muy contento con ella y le digo…
– Pero eso — ahora Lola, que se ha venido al despacho a, sentada frente a mí en una silla de tijera de esas de playa, quitar la hebra a un quilo de judías verdes —, entiéndalo recapacite un poquito, no encaja.
– ¿Qué no encaja?
– Enfadarse muy contento. No encaja.
Y, debe de ser que ha terminado con las judías, se pone de pie y se marcha con su silla.
Se marcha con su silla y sus judías y yo, tras emitir un ahogado oh que nadie ha oído y por supuesto no escribo, enfilo el pasillo detrás de ella.
– Lola.
– Dígame — ella, desde la cocina, con esa voz siempre serena y apacible.
– ¿No debiera ser yo quien dice eso?
– ¿Quien dice qué?
– Lo de que enfadarse muy contento no encaja. Yo puedo, si usted no se opone, recapacitar muy deprisa, ¿me entiende?, y entendiendo que me daría más juego…, literariamente hablando, entiéndame, decirlo yo y seguirla hasta la cocina… ¿ve?, ya estoy aquí — apoyado, y eso tendrá que admitir que es rigurosamente cierto, en el quicio de la puerta —, apoyado en el quicio de la puerta para rogarle que, por favor, me ceda esa fras…
– Ni lo sueñe — lavando al grifo las judías sin hebra —; si le cedo esa frase tendré que darle la réplica con algo inteligente, y esa es una responsabilidad que no pienso asumir.
– Pero, Lola…
– Que no que no. Yo estoy en esta casa para fregar, limpiar, cocinar, planchar, limpiar la plata, dar cuerda a los relojes…
– ¿Qué plata?, Lola ¿Qué cuerda si en esta casa el único reloj es el digital que compré en el chino? Y, la plata, la plata tres tenedores y dos cucharas de acero inoxid…
– No pretenda liarme. Estoy muy ocupada y todavía tengo que ocuparme de Grundtvig.
– ¿Grundtvig?
– El gran danés.
– A. Un personaje importante, veo. Pero, ¿qué tiene que ver con nosotros?
– Usted sabrá. Usted lo adoptó y usted le puso el nombre.
– ¿A quién?
– A Grundtvig. Y no se haga el tonto.
– Si no me lo hago; es que…
– Tengo que sacarlo, y no sé dónde dejó usted el collar cuando lo sacó ayer. Y que no me importa, que es muy bueno, pero que el collar no aparece y que, que no se le vaya de la cabeza ni me cambie de tema, no pienso decir algo inteligente.
– Lola, ¿por qué me hace estas cosas?
– Porque, ya se lo he dicho — ahora está llenando el lavavajillas que maltita la falta que nos hace y encima no cabe—, es una responsabilidad muy grande.
– Mas grande es él, que termino de buscarlo en la Wikipedia, de 65 a 80 kilos. Y, en este apartamento, tan pequeño.
– No me cambie de tema. Además lo de enfadarse muy contento me empieza a gustar; me pareció una tontería pero me empieza a gustar; tiene su puntito, ¿no cree?
– O sea, que le parece inteligente.
– Sí. Creo que sí. Sugiere un algo así como choque de emociones que invita a, no sé, reflexionar…
– ¿Reflexionar?
– Sí. Qué se desea y qué se desearía desear, qué se querría querer hacer y qué se hace. Cómo querría uno quererse sentir y cómo se siente…
– ¿Y?
– Pues, que sí. Que pruebe usted a enfadarse muy contento con… ¿era su madre o era su amigo? Pruebe y a ver qué tal resulta. Y si sale mal no será nada más que una más de tantas cosas que todos los días salen mal. Pero la vida sigue, ya lo verá… ¡Vamos, Grundtvig!
– Pero y a mi madre qué le digo.
– ¡Vamos, Grundtvig!
– ¡No sé para qué la quiero! — le grito por el hueco de la escalera.
– ¡Ni yo a usted! — ella, con su voz siempre serena y apacible.
Versaciones
Work type Literary: Other
Tags prosa, versaciones
-------------------------
Registry info in Safe Creative
Identifier 2308135058605
Entry date Aug 13, 2023, 9:49 PM UTC
License All rights reserved
-------------------------
Copyright registered declarations
Author. Holder Sergio Escalante. Date Aug 13, 2023.
Information available at https://www.safecreative.org/work/2308135058605-ella-tenia-toda-la-razon-de-este-mundo