About the work
Amanece. Sopla el viento y hace frío. Aún no ha roto el sol la madrugada y la humedad cala los huesos. Desapacibles e inhóspitas son pese al verano las noches de esta tierra tan lejana de mi hogar, tan ajena para mí, tan distante y de todo, de mi mundo entero, tan al norte. Así al menos yo las siento. Ningún destello hallo en ellas de lirismo, de alegría o de poesía.
Admito sin embargo que tal vez sólo sea esta impresión reflejo inevitable de mi ánimo sombrío, de la extraña melancolía que a esta hora intempestiva araña mi alma, de la sangre caliente y sureña que recorre mis venas.
Ha llovido. El perfil de la ciudad se dibuja entre los charcos. El lodo mancha las aceras. Poco a poco se concentran sobre ellas los primeros corredores. Sobrecogidos y temerosos entonan −apenas un murmullo− sus cánticos ancestrales. Rito atávico y secular en demanda de la bendición y de la ayuda de un santo al que por algún misterio que intuyo él mismo a comprender no alcanza, con mucho, poco o ningún fervor, durante estos días cruentos, feroces y desmedidos todos, propios y extraños, veneran.
Comienzan los operarios de limpieza su tarea. Un día más se preparan las calles para el espectáculo, para la épica, para el mito, para el deslumbramiento, para una rara, universal y provocadora fascinación.
Un eco antiguo de leyenda flota ya en el aire y todo lo impregna, un murmullo de aventuras, de dramas y tragedias, de amores y pasiones, el recuerdo omnipresente de una historia y unas letras inmortales, de una fábula turbulenta, desgarrada y magistral.
Arranca la fiesta. Ya se arremolina la multitud sobre las vallas, sobre los muros de piedra, ya truenan los tambores.
Una repentina y desconocida aprensión me vence de pronto. Un sentimiento triste que es derrota y desengaño, que es soledad y desamparo, decepción y amargura. Y rabia. Y miedo.
Llega mi turno. Me preparo: cabeza erguida, músculos palpitantes. Un martilleo de cascos −vacas y cabestros− resuena sobre el empedrado. Las calles se intuyen atestadas, abarrotadas de gente por completo. Por ellas me dejo dócil guiar. Ningún resquicio encuentro que me permita verlas. El vocerío me aturde y me desorienta. Gritos, golpes, carreras, embestidas...
Ebria de vino y sangre, la humillación, la crueldad y la muerte, una vez más, de nuevo y como siempre, sin pesar ni caridad, con solemne y devastador descaro, disfraza la tradición en esta hora, hoy aquí, de romanticismo, de ardor, de orgullo, de coraje y valentía.
Y sin embargo...
Nunca hubo belleza en el dolor, debieran saberlo. Ningún atisbo de grandeza asomará jamás al rostro de quien tan innecesario daño causa.
Aterrado, aguardo con ansia el anochecer. El último, no me engaño, con absoluta lucidez lo espero. El que con clemencia infinita pondrá fin a esta tortura, a tantísimo desconcierto. El que atónito y generoso dará a mi espíritu alivio y le regalará la paz y el descanso eterno. El viento del sur, piadoso, cómplice, siempre conmigo compasivo, susurrará quizás entonces a mi oído muy suave y muy bajito dulces historias de un tiempo antiguo, amable y feliz y acunado en el recuerdo de una dehesa (¡ay, mi preciosa, mi añorada, mi indolente y serena dehesa!) de verdes pastos y ardientes ocasos, mi corazón herido se apagará tranquilo.
Tal vez doblen entonces un breve instante las campanas y os preguntéis por quién. Lo harán por mí, por todos nosotros. Pero lo harán también y sobre todo −prestad atención a lo que ahora os digo− por esta tierra irredimible, por esta tierra dura, inmisericorde, inclemente y cruel.
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Title Tiempo de fiesta
Amanece. Sopla el viento y hace frío. Aún no ha roto el sol la madrugada y la humedad cala los huesos. Desapacibles e inhóspitas son pese al verano las noches de esta tierra tan lejana de mi hogar, tan ajena para mí, tan distante y de todo, de mi mundo entero, tan al norte. Así al menos yo las siento. Ningún destello hallo en ellas de lirismo, de alegría o de poesía.
Admito sin embargo que tal vez sólo sea esta impresión reflejo inevitable de mi ánimo sombrío, de la extraña melancolía que a esta hora intempestiva araña mi alma, de la sangre caliente y sureña que recorre mis venas.
Ha llovido. El perfil de la ciudad se dibuja entre los charcos. El lodo mancha las aceras. Poco a poco se concentran sobre ellas los primeros corredores. Sobrecogidos y temerosos entonan −apenas un murmullo− sus cánticos ancestrales. Rito atávico y secular en demanda de la bendición y de la ayuda de un santo al que por algún misterio que intuyo él mismo a comprender no alcanza, con mucho, poco o ningún fervor, durante estos días cruentos, feroces y desmedidos todos, propios y extraños, veneran.
Comienzan los operarios de limpieza su tarea. Un día más se preparan las calles para el espectáculo, para la épica, para el mito, para el deslumbramiento, para una rara, universal y provocadora fascinación.
Un eco antiguo de leyenda flota ya en el aire y todo lo impregna, un murmullo de aventuras, de dramas y tragedias, de amores y pasiones, el recuerdo omnipresente de una historia y unas letras inmortales, de una fábula turbulenta, desgarrada y magistral.
Arranca la fiesta. Ya se arremolina la multitud sobre las vallas, sobre los muros de piedra, ya truenan los tambores.
Una repentina y desconocida aprensión me vence de pronto. Un sentimiento triste que es derrota y desengaño, que es soledad y desamparo, decepción y amargura. Y rabia. Y miedo.
Llega mi turno. Me preparo: cabeza erguida, músculos palpitantes. Un martilleo de cascos −vacas y cabestros− resuena sobre el empedrado. Las calles se intuyen atestadas, abarrotadas de gente por completo. Por ellas me dejo dócil guiar. Ningún resquicio encuentro que me permita verlas. El vocerío me aturde y me desorienta. Gritos, golpes, carreras, embestidas...
Ebria de vino y sangre, la humillación, la crueldad y la muerte, una vez más, de nuevo y como siempre, sin pesar ni caridad, con solemne y devastador descaro, disfraza la tradición en esta hora, hoy aquí, de romanticismo, de ardor, de orgullo, de coraje y valentía.
Y sin embargo...
Nunca hubo belleza en el dolor, debieran saberlo. Ningún atisbo de grandeza asomará jamás al rostro de quien tan innecesario daño causa.
Aterrado, aguardo con ansia el anochecer. El último, no me engaño, con absoluta lucidez lo espero. El que con clemencia infinita pondrá fin a esta tortura, a tantísimo desconcierto. El que atónito y generoso dará a mi espíritu alivio y le regalará la paz y el descanso eterno. El viento del sur, piadoso, cómplice, siempre conmigo compasivo, susurrará quizás entonces a mi oído muy suave y muy bajito dulces historias de un tiempo antiguo, amable y feliz y acunado en el recuerdo de una dehesa (¡ay, mi preciosa, mi añorada, mi indolente y serena dehesa!) de verdes pastos y ardientes ocasos, mi corazón herido se apagará tranquilo.
Tal vez doblen entonces un breve instante las campanas y os preguntéis por quién. Lo harán por mí, por todos nosotros. Pero lo harán también y sobre todo −prestad atención a lo que ahora os digo− por esta tierra irredimible, por esta tierra dura, inmisericorde, inclemente y cruel.
Work type Narrative, Essay
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Registry info in Safe Creative
Identifier 1807197765915
Entry date Jul 19, 2018, 7:22 PM UTC
License Creative Commons Attribution 4.0
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Copyright registered declarations
Author. Holder Marta Navarro Calleja. Date Jul 19, 2018.
Information available at https://www.safecreative.org/work/1807197765915-tiempo-de-fiesta