Subvertir el orden natural
03/10/2024
2403107293463

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https://valentina-lujan.es/S/subvertirelorden.pdf
Durante siete semanas y media el caballero se esforzó porque aspiraba a ser el número catorce de un exiguo reino de quince súbditos, pero, al amanecer del primer día de la segunda mitad de la octava semana de durísimo entrenamiento, el caballero despertó aquejado de un fortísimo dolor de testículos que, además, estaban muy inflamados.
Habían sido semanas agotadoras, extenuantes, que el caballero había soportado con entereza y de buen grado con la ilusión de llegar, algún día, a ser uno de los pares del reino.
Había, a lo largo de aquel tiempo que imaginó habría de recordar luego como una pesadilla — pero una pesadilla, le decía una voz interior dándole ánimos, ‟que habrá merecido la pena considerando que, bueno, tú ya sabes quién irá detrás de ti” —, sufrido nada menos que media docena de derrotas; pero había perseverado.
Impasible e impertérrito había perseverado, y no ya únicamente por la ambición que lo alentaba de ser par sino porque, si la voz interior no lo engañaba… ‟irá detrás de ti”.
Ah. Ella…
¿Sería tan bella, tan hermosa, tan bonita como se rumoreaba?
Pero, en cualquier caso, lo fuera o no lo fuese, siempre sería un honor, un motivo de orgullo, ser, precisamente él y ningún otro, el deseado…
− Bueno, ‟el deseado” — un poco seca ahora la voz, algo burlona.
Y que, quisiera la encantadora jovencita o no, ‟irá detrás de ti”.
Y que se dejara de tontunas.
Y se había dejado, de tontunas; y continuado acudiendo puntualmente a los entrenamientos, y a las eliminatorias, viendo sin dejarse ganar por la desesperación cómo siempre eran otros los que se graduaban; otros que eran para colmo más pequeños y hasta, uno de ellos, el número dos en concreto, no un par como todos los demás, no sólo par a secas y sin mácula, sino (o al menos ese era el clamor popular) un poco primo…
En cambio, él, él que no era ninguna nulidad, él que no era ningún imbécil… ¿Por qué tenía que pasarle algo tan humillante precisamente a él?
Pero no podía, no podía a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas ignorar su dolor.
Agarró el teléfono, llamó al campo de entrenamiento y pidió hablar con el instructor.
– No voy a entrenar — Le dijo, escueto, esforzándose por contener las lágrimas.
– ¿Cómo que no vas a entrenar? — el instructor —. A cuatro días escasos del examen el señorito dice que no entrena ¿Y se puede saber por qué?
– Porque no puedo.
– Ah, no puedes — el instructor era un tipo algo rudo, pero le tenía aprecio —; pues que sepas que es tu última oportunidad de ser, fíjate bien, el mayor de los pares del reino — y, tras una breve pausa — ¿O es que no te das cuenta?
– Sí, me doy cuenta.
– Te das cuenta, ¿te das cuenta de lo que eso, justo ahora que te enfrentas al esfuerzo final, significa?
– Me doy cuenta, pero…
–Te das cuenta pero — bramó el instructor —, te das cuenta pero… ¿Qué coño de ‟pero”? ¿Por qué carajo no tienes que venir a entrenar? ¿Por qué justo tú y justo ahora?
− Porque, justo yo y justo ahora…
− ¡Déjate de excusas! Además — la voz del instructor sonó angustiada —, existe un orden natural y tú lo sabes ¿En qué lugar nos dejas a todos con tu estúpida e irresponsable actitud? ¿En qué lugar la colocaremos a ella?
− ¿Ella?
− La niña bonita ¡Joder! — irritado — ¿O es que no sabes que existe un orden natural?
− Sí, lo sé, pero…
− ¡Lo sabes, pero te empecinas en que no vienes a entrenar! ¿Por qué?
El dolor, que por unos instantes parecía haber remitido, arreció de nuevo; se hizo tan fuerte que el caballero, apretando las mandíbulas para no gritar, pudo tan sólo balbucir ‟porque se me han hinchado los huevos”.
Y, el instructor, que ‟ah”; comprensivo.
Y que hablaría con las altas esferas para ver si había forma de, aunque fuese y en última instancia, subvertir el orden natural.
Miércoles, 10 de noviembre de 2010

Literary: Other
el porqué de las cosas
prosa
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Valentina Luján
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Title Subvertir el orden natural
https://valentina-lujan.es/S/subvertirelorden.pdf
Durante siete semanas y media el caballero se esforzó porque aspiraba a ser el número catorce de un exiguo reino de quince súbditos, pero, al amanecer del primer día de la segunda mitad de la octava semana de durísimo entrenamiento, el caballero despertó aquejado de un fortísimo dolor de testículos que, además, estaban muy inflamados.
Habían sido semanas agotadoras, extenuantes, que el caballero había soportado con entereza y de buen grado con la ilusión de llegar, algún día, a ser uno de los pares del reino.
Había, a lo largo de aquel tiempo que imaginó habría de recordar luego como una pesadilla — pero una pesadilla, le decía una voz interior dándole ánimos, ‟que habrá merecido la pena considerando que, bueno, tú ya sabes quién irá detrás de ti” —, sufrido nada menos que media docena de derrotas; pero había perseverado.
Impasible e impertérrito había perseverado, y no ya únicamente por la ambición que lo alentaba de ser par sino porque, si la voz interior no lo engañaba… ‟irá detrás de ti”.
Ah. Ella…
¿Sería tan bella, tan hermosa, tan bonita como se rumoreaba?
Pero, en cualquier caso, lo fuera o no lo fuese, siempre sería un honor, un motivo de orgullo, ser, precisamente él y ningún otro, el deseado…
− Bueno, ‟el deseado” — un poco seca ahora la voz, algo burlona.
Y que, quisiera la encantadora jovencita o no, ‟irá detrás de ti”.
Y que se dejara de tontunas.
Y se había dejado, de tontunas; y continuado acudiendo puntualmente a los entrenamientos, y a las eliminatorias, viendo sin dejarse ganar por la desesperación cómo siempre eran otros los que se graduaban; otros que eran para colmo más pequeños y hasta, uno de ellos, el número dos en concreto, no un par como todos los demás, no sólo par a secas y sin mácula, sino (o al menos ese era el clamor popular) un poco primo…
En cambio, él, él que no era ninguna nulidad, él que no era ningún imbécil… ¿Por qué tenía que pasarle algo tan humillante precisamente a él?
Pero no podía, no podía a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas ignorar su dolor.
Agarró el teléfono, llamó al campo de entrenamiento y pidió hablar con el instructor.
– No voy a entrenar — Le dijo, escueto, esforzándose por contener las lágrimas.
– ¿Cómo que no vas a entrenar? — el instructor —. A cuatro días escasos del examen el señorito dice que no entrena ¿Y se puede saber por qué?
– Porque no puedo.
– Ah, no puedes — el instructor era un tipo algo rudo, pero le tenía aprecio —; pues que sepas que es tu última oportunidad de ser, fíjate bien, el mayor de los pares del reino — y, tras una breve pausa — ¿O es que no te das cuenta?
– Sí, me doy cuenta.
– Te das cuenta, ¿te das cuenta de lo que eso, justo ahora que te enfrentas al esfuerzo final, significa?
– Me doy cuenta, pero…
–Te das cuenta pero — bramó el instructor —, te das cuenta pero… ¿Qué coño de ‟pero”? ¿Por qué carajo no tienes que venir a entrenar? ¿Por qué justo tú y justo ahora?
− Porque, justo yo y justo ahora…
− ¡Déjate de excusas! Además — la voz del instructor sonó angustiada —, existe un orden natural y tú lo sabes ¿En qué lugar nos dejas a todos con tu estúpida e irresponsable actitud? ¿En qué lugar la colocaremos a ella?
− ¿Ella?
− La niña bonita ¡Joder! — irritado — ¿O es que no sabes que existe un orden natural?
− Sí, lo sé, pero…
− ¡Lo sabes, pero te empecinas en que no vienes a entrenar! ¿Por qué?
El dolor, que por unos instantes parecía haber remitido, arreció de nuevo; se hizo tan fuerte que el caballero, apretando las mandíbulas para no gritar, pudo tan sólo balbucir ‟porque se me han hinchado los huevos”.
Y, el instructor, que ‟ah”; comprensivo.
Y que hablaría con las altas esferas para ver si había forma de, aunque fuese y en última instancia, subvertir el orden natural.
Miércoles, 10 de noviembre de 2010
Work type Literary: Other
Tags el porqué de las cosas, prosa

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Identifier 2403107293463
Entry date Mar 10, 2024, 12:33 PM UTC
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Author. Holder Valentina Luján. Date Mar 10, 2024.


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