Pequeña historia increible
08/25/2023
2308255139499

About the work

https://valentina-lujan.es/A/andalocortarse.pdf
Andaba loca por cortarse las trenzas; odiaba las trenzas que tenían que ser siempre e indefectiblemente trenzas. No podía ser un pelo suelto, o una cola de caballo, o lo que fuera. Tenían que ser las jodidas trenzas que odiaba.
Después de muchas súplicas, ruegos y pataletas, había obtenido de su padre la promesa de que cuando cumpliera catorce años se las podría cortar y llevar el pelo como quisiera.
Según se iba acercando la fecha miraba el calendario cada día…
Pero aquella mañana de verano, sentada estudiando en la habitación pequeña, frente al armario negro de puertas desvencijadas y dos lunas, todavía tenía las malditas trenzas…
No podía, por tanto, considerando que su cumpleaños es en primavera, estar teniendo más de trece cuando, una de las veces que levantó la vista del libro, vio su imagen en el espejo.
Se le ocurrió pensar que tal vez lo que creía estar viendo era nada más un espejismo, que quizás ella nada más existía en su propia imaginación.
La madre no estaba en casa, había ido al mercado y regresaría con la bolsa de cuero rojo – unas bolsas que había entonces siempre de color rojizo, que se utilizaban siempre para la compra, hechas de pequeños retalitos cosidos recortes, suponía, de la fabricación de bolsos – llena de verdura, o fruta, o carne congelada o pescado o patatas y todo aquello tendría sus colores, y sus formas, que serían una prueba de su veracidad. Y antes habría oído ella el ascensor subiendo, y el timbre de la puerta, y visto a su madre con sus ojos tan verdes entrar y…
Pero el problema continuaba siendo el mismo; su imaginación podía estar creando a alguien a quien ella llamaba “mi madre”, y considerando peras o manzanas, o incluso cerezas, lo que ella – su propia imaginación – le venía mostrando desde siempre como peras o manzanas o cerezas.
Se levantó de la mesa y se acercó a una de las lunas, y allí estaban sus trenzas; e hizo guiños y muecas y se dijo existo porque puedo hacer guiños y muecas. Y trató de canturrear un poco por lo bajini y se dijo a lo mejor sí existo porque puedo cantar, y cantar porque quiero y elijo cantar, y puedo oírme…
Pero volvió a replicarse que su imaginación forjaba su voluntad y su canto, y el sonido desafinado de su canto.
Y se pellizcó las mejillas, y se propinó pequeños cachetes, sin ningún resultado irrefutable.
Hoy, tantísimos años después, recuerda el color del cielo de verano, y el color de la luz de la media mañana, y la ventana abierta y el rumor de las hojas de los árboles y el piar revoloteando de los pájaros.
El ruido del tráfico era distinto, se ha ido modificando sin sentir desde entonces, y recuerda el zumbido ocasional de algún coche que pasó – muchísimos menos que ahora –, o alguna bocina, o las pedorretas tucu, tucu, tucu, tu de algún camión sin dirección asistida ni frenos de disco, que eran los camiones de antes.
Y recuerda al cabo de tantos años los colores y los sonidos y los rumores y el piar de los pájaros de aquella mañana; y que su madre regresó al cabo de un rato… Y que no le preguntó mamá yo existo o nada es verdad y entonces qué podrías tú contestarme porque qué hubiese podido contestarle su madre.

Papeles

Literary: Other
papeles
prosa
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Declaration Date: Aug 25, 2023, 12:32 PM

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La tía abuela Rosa Julia
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Title Pequeña historia increible
https://valentina-lujan.es/A/andalocortarse.pdf
Andaba loca por cortarse las trenzas; odiaba las trenzas que tenían que ser siempre e indefectiblemente trenzas. No podía ser un pelo suelto, o una cola de caballo, o lo que fuera. Tenían que ser las jodidas trenzas que odiaba.
Después de muchas súplicas, ruegos y pataletas, había obtenido de su padre la promesa de que cuando cumpliera catorce años se las podría cortar y llevar el pelo como quisiera.
Según se iba acercando la fecha miraba el calendario cada día…
Pero aquella mañana de verano, sentada estudiando en la habitación pequeña, frente al armario negro de puertas desvencijadas y dos lunas, todavía tenía las malditas trenzas…
No podía, por tanto, considerando que su cumpleaños es en primavera, estar teniendo más de trece cuando, una de las veces que levantó la vista del libro, vio su imagen en el espejo.
Se le ocurrió pensar que tal vez lo que creía estar viendo era nada más un espejismo, que quizás ella nada más existía en su propia imaginación.
La madre no estaba en casa, había ido al mercado y regresaría con la bolsa de cuero rojo – unas bolsas que había entonces siempre de color rojizo, que se utilizaban siempre para la compra, hechas de pequeños retalitos cosidos recortes, suponía, de la fabricación de bolsos – llena de verdura, o fruta, o carne congelada o pescado o patatas y todo aquello tendría sus colores, y sus formas, que serían una prueba de su veracidad. Y antes habría oído ella el ascensor subiendo, y el timbre de la puerta, y visto a su madre con sus ojos tan verdes entrar y…
Pero el problema continuaba siendo el mismo; su imaginación podía estar creando a alguien a quien ella llamaba “mi madre”, y considerando peras o manzanas, o incluso cerezas, lo que ella – su propia imaginación – le venía mostrando desde siempre como peras o manzanas o cerezas.
Se levantó de la mesa y se acercó a una de las lunas, y allí estaban sus trenzas; e hizo guiños y muecas y se dijo existo porque puedo hacer guiños y muecas. Y trató de canturrear un poco por lo bajini y se dijo a lo mejor sí existo porque puedo cantar, y cantar porque quiero y elijo cantar, y puedo oírme…
Pero volvió a replicarse que su imaginación forjaba su voluntad y su canto, y el sonido desafinado de su canto.
Y se pellizcó las mejillas, y se propinó pequeños cachetes, sin ningún resultado irrefutable.
Hoy, tantísimos años después, recuerda el color del cielo de verano, y el color de la luz de la media mañana, y la ventana abierta y el rumor de las hojas de los árboles y el piar revoloteando de los pájaros.
El ruido del tráfico era distinto, se ha ido modificando sin sentir desde entonces, y recuerda el zumbido ocasional de algún coche que pasó – muchísimos menos que ahora –, o alguna bocina, o las pedorretas tucu, tucu, tucu, tu de algún camión sin dirección asistida ni frenos de disco, que eran los camiones de antes.
Y recuerda al cabo de tantos años los colores y los sonidos y los rumores y el piar de los pájaros de aquella mañana; y que su madre regresó al cabo de un rato… Y que no le preguntó mamá yo existo o nada es verdad y entonces qué podrías tú contestarme porque qué hubiese podido contestarle su madre.

Papeles
Work type Literary: Other
Tags papeles, prosa

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Identifier 2308255139499
Entry date Aug 25, 2023, 12:32 PM UTC
License All rights reserved

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Author. Holder La tía abuela Rosa Julia. Date Aug 25, 2023.


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