En octubre de 2023, como cierre de las actividades programadas por ACE Traductores para celebrar el Día Internacional de la Traducción, la asociación publicó el denominado «Manifiesto por la supervivencia de la traducción editorial en España», con el subtítulo y el hashtag #quiénvaatraducir. Un grito de auxilio con dos objetivos: llamar la atención sobre la precariedad que vive nuestra profesión y alertar del peligro que supone la paulatina desaparición de las y los profesionales que nos dedicamos a ella.
Cifras preocupantes en el sector
Este grito de auxilio puede parecer una exageración por nuestra parte, sin embargo, ya en el Libro blanco de los derechos de autor de las traducciones de libros en el ámbito digital, publicado por ACE Traductores en 2016, se daban unas cifras preocupantes. Más del 39 % de quienes entonces nos dedicábamos a la traducción de libros en España tenía más de 56 años. Y en dicho estudio se afirmaba directamente que «no parece que se esté produciendo un suficiente relevo generacional, ya que se puede ver con claridad la reducción de los perfiles de traductores más jóvenes» en comparación con estudios anteriores.
Han pasado varios años, pero si tenemos en cuenta la media de edad de las altas nuevas en la sección de ACE Traductores (es decir, de personas con al menos dos libros traducidos y publicados), el relevo sigue sin estar garantizado.
Es cierto que no todos los traductores editoriales están en ACE Traductores. Pero, aun así, no debemos quitarle importancia al hecho que, de las aproximadamente 240 altas que hemos tenido desde 2015, fecha en la que se llevó a cabo la encuesta del Libro Blanco, apenas 90 son de personas nacidas a partir de 1983, año fundacional de la asociación. Y si tomamos como referencia la década de 1990, cuando empezaron a proliferar los estudios superiores de Traducción e Interpretación, tendríamos unas 40 altas aproximadamente con fecha de nacimiento en esa década o posterior.
Si nos fijamos en las altas posteriores a la publicación del Manifiesto, entre las 37 personas que se han convertido en socias de pleno derecho solo 5 tendrían menos de 30 años.
Precariedad laboral y falta de relevo generacional
Podría entenderse como un efecto del Manifiesto, porque ¿quién va a querer traducir libros en tales condiciones? Pero, en realidad, creo que no hace sino reflejar la tendencia indicada en los diferentes estudios sobre el sector. Las generaciones más jóvenes no logran mantenerse en el sector.
Por seguir con otros datos igual de optimistas, en el citado Libro Blanco se señalaba también que el porcentaje de profesionales que se dedicaban exclusivamente a la traducción editorial había disminuido en el intervalo transcurrido entre los años de publicación de los dos últimos Libros Blancos (de 2010 a 2016). Había pasado del 37,5 % al 28,2 %. Esta cifra ha ido sufriendo una disminución disminuyendo casi invariable desde la publicación del primer Libro Blanco de la Traducción en España, allá en 1997. Y eso que la ampliación de los estudios universitarios de Traducción e Interpretación hacía presagiar lo contrario.
Es cierto que se nos podría recordar que no estamos peor —tampoco mejor, sospecho— que la media de las profesiones creativas y culturales no solo del país, sino del conjunto de la UE. Pero también es cierto que llevamos varios años seguidos oyendo a representantes del sector editorial en España presumiendo de cifras de facturación, de cómo esta ha crecido ininterrumpidamente desde 2020. Y, mientras, se nos siguen ofreciendo las mismas tarifas que se nos ofrecían ya hace 20 años, cuando las cifras de facturación no eran tan halagüeñas y los estragos de la crisis iniciada en 2008 sirvieron como justificación para no solo no subirlas, sino incluso para bajarlas.
La limitación para negociar
La Directiva (UE) 2019/790 del Parlamento Europeo y del Consejo de 17 de abril de 2019 sobre los derechos de autor y derechos afines en el mercado único digital reconoce la posición de debilidad de los autores en la relación contractual y ampara la negociación colectiva como un mecanismo para corregirla, sin embargo, todavía hoy la interpretación que se hizo en España de la Ley de Defensa de la Competencia nos impide cualquier tipo negociación colectiva, y este fue otro de los motivos por el que lanzamos el grito de auxilio en otoño de 2023.
En el momento de publicar el Manifiesto, el parón institucional que se prolongaba desde antes del verano había vuelto a paralizar las conversaciones y avances para la aprobación del Estatuto del Artista. Desde entonces se han retomado las reuniones, cierto, pero nada de lo hablado se ha plasmado en cambios reales y, de momento, los cambios legislativos que servirían para proteger a los trabajadores autónomos de la cultura siguen sin ver la luz.
La amenaza de la IA
Por el contrario, en otoño de 2023, y a una velocidad inversamente proporcional a los avances en el Estatuto, se aceleró la alarma por la irrupción de la IA generativa en el sector de la traducción editorial (no así en otros sectores creativos como la ilustración, cuyas asociaciones profesionales y colectivos llevaban ya tiempo alertando sobre ella). En el año transcurrido desde entonces, la alarma ha terminado de explosionar y rara es la semana que no surge una noticia, comunicado o polémica relacionada con el tema.
Si bien es cierto que, en general, los organismos gubernamentales (tengan o no relación con la cultura) se están mostrando receptivos a las demandas de las y los profesionales de la cultura, el monopolio conversacional en torno a este software está eclipsando, una vez más, los problemas casi endémicos que arrastra el sector cultural en España. Así que este otoño no nos ha quedado otra que recuperar, una vez más, el Manifiesto.
Lo curioso es que, andando otros caminos, aunque partiendo de bases similares, la asociación francesa ATLAS (Association pour la promotion de la traduction littéraire) publicó este último septiembre una carta con el título «Qui traduira?».
Y ante tanto interrogante y un futuro tan incierto para la profesión, ¿no tendría que ser la sociedad quien tuviera que empezar a hacerse preguntas? ¿No tendrían que ser los lectores y las lectoras quienes lanzaran el grito de auxilio, antes de que desaparezcan los puentes y los caballos de postas de la cultura, antes de que se levanten las barreras lingüísticas infranqueables, de que dejemos de viajar y acabemos habitando provincias no ya lindantes, sino invadidas de silencio?