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Retos actuales de la ilustración: éramos pocos y llegó la IA generativa

«Ser un buen artista no consiste en tener talento artístico. Es cuestión de práctica y de tener la fuerza de voluntad de una cucaracha que ha sido golpeada veinte veces con una revista enrollada y aun así se niega a morir»

Rachel Reichenbach 

Hace ya catorce años desde que se publicó el Nuevo libro blanco de la ilustración gráfica en España. Es fácil comprender la desactualización que gran parte de su contenido ha sufrido durante este tiempo, debido a razones legales, socioeconómicas y tecnológicas. Por esta razón la Federación de Asociaciones de Ilustradores Profesionales (FADIP) ha publicado recientemente una encuesta para conocer de primera mano la situación del sector de la ilustración, sus necesidades y los nuevos retos a los que los profesionales tendremos que hacer frente durante los próximos años. 

Hace ya catorce años desde que en España, y en este mismo libro, se publicaron las últimas tarifas orientativas con el objetivo de servir como referencia —entre otros motivos— a las nuevas hornadas de jóvenes ilustradores que dudan acerca de cómo presupuestar su trabajo y qué es razonable cobrar por cada tipo de encargo.  

Actualmente, por ley, en España no se permite la publicación de tarifas por parte de asociaciones profesionales: la legislación vigente la entiende como un acto lesivo para la libre competencia. Las sanciones recibidas durante estos años por la Asociación de Informadores Gráficos, el Sindicato de Guionistas o a la Unión de Correctores, y a través de la Comisión Nacional de la Competencia, deja clara la seriedad legal y económica del asunto mientras que, desde aquí, muchos anhelamos acercarnos a la protección del modelo francés en el que, incluso, llegan a publicarse precios orientativos para la realización de sesiones de firmas, conferencias o talleres. 

Catorce años con las mismas tarifas 

Desde hace también catorce años, en España se siguen aplicando estas tarifas como referencia para la ilustración editorial y publicitaria. Por supuesto, que hay algunas excepciones según experiencia, ventas o seguidores en redes, pero no siempre los clientes acceden a aumentar los precios con los que se han acostumbrado a trabajar desde hace tanto tiempo. En algunos casos porque sus ganancias solo alcanzan para cubrir gastos y nóminas, en otros, porque sus presupuestos los marcan estamentos públicos y en otros —los más capaces económicamente— por un hambre insaciable de beneficio.  

Sumamos a este ecosistema y a la inflación la competencia global entre profesionales autónomos dedicados exclusivamente a la ilustración, profesionales con otros empleos que les aseguran un sueldo mensual, estudiantes y dibujantes amateurs, y obtenemos un caldo de cultivo perfecto para la devaluación del precio de nuestro trabajo. 

«Hacer un dibujito» 

Seguramente los ilustradores no estamos sabiendo explicar del todo la importancia de nuestra profesión y de lo que hacemos. En un presente en el que las imágenes son imprescindibles para conseguir público, clientes e impacto, todavía no logramos hacerle llegar al gran público que nuestra labor no consiste en «hacer un dibujito», sino en conceptualizar ideas complejas a través de la imagen y desde la perspectiva y la técnica de un experto en la materia: alguien que dispone del conocimiento y de las herramientas necesarias para llevar a buen término una empresa. 

Observamos, reflexionamos acerca de un concepto, y lo plasmamos de una manera concreta y útil a su objetivo; desde la abstracción somos capaces de saltar a la concreción y, a través de la técnica y de la práctica, llevamos la imagen —y con ella la idea—a buen puerto.  

También sabemos que, entre el estudio, la reflexión y la práctica, en los ilustradores tiene que anidar obligatoriamente el tesón porque —reconozcámoslo, mal que nos pese— ninguno de nosotros nos enamoramos de nuestro oficio por la estabilidad económica y la paz mental que podría suponernos a futuro. 

Pero no nos dejemos confundir por aquella voz popular que nos repite que es el precio a pagar por nuestra vocación. Si las imágenes son en la actualidad el vehículo para mostrar de una manera sencilla, atractiva y eficaz una idea o un producto —y lograr que así llegue más rápidamente a su público potencial— ¿por qué quienes piensan y crean esas imágenes no son retribuidos por ellas de tal forma que su mera subsistencia no se vea comprometida? Como sociedad, corremos el riesgo de perder muchísimas voces diferentes y, con ellas, gran parte del pensamiento crítico y reflexivo que tanto necesitamos hoy. 

Tras los bancos de imagen, la IA generativa 

En un mercado que prima la velocidad y la productividad por encima de la calidad del producto y de la estabilidad económica y mental de los profesionales, el aterrizaje online de los bancos de imágenes supuso ya hace años un duro golpe para los ilustradores. Por si la situación de los profesionales de nuestro sector no era ya suficientemente precaria y complicada, la reciente irrupción de la IA generativa no ha hecho otra cosa que empeorarla. 

Las consecuencias  son diversas pero pueden reunirse en tres grandes grupos: el entrenamiento y origen antiético de las actuales IA Gen (quebrantando la Ley de Propiedad Intelectual y los derechos de autor); el abaratamiento del coste del trabajo y el descenso de la calidad de la obra artística que está suponiendo esta competencia artificial, que reproduce lo ya existente pero en mayor cantidad y más rápidamente; y la falta de respeto y defensa hacia nuestra profesión llevada a cabo por muchos organismos públicos españoles mientras se proclaman adalides de la cultura y del cumplimiento de la ley. 

El recibimiento de esta nueva tecnología por parte de muchos profesionales de la ilustración hubiera sido completamente distinto si el origen y los objetivos de la IA Gen hubieran sido diferentes. En un sector acostumbrado a servirse de las herramientas digitales que se le ofrecen, el rechazo no surge precisamente de la falta de apego a las nuevas tecnologías, sino de la defensa de la ética profesional, de la ley, y de la preocupación por el empobrecimiento y homogeneización de las obras gráficas con las que convivimos y a través de las cuales también sentimos y reflexionamos. Se hubieran abrazado con alegría otras IA éticas que agilizaran y mejoraran ciertos procesos tediosos como el trabajo en lotes o la separación de planos o colores de una imagen compleja, por ejemplo, pero no se comulga con la explotación inmoral del trabajo ajeno. 

Obligatoriedad de la etiqueta «AI»

Mientras las imágenes IA se hacen hoy masivamente omnipresentes en cualquier buscador de internet, la calidad y diferenciación de las obras gráficas a nuestro alcance mengua, las voces e ilustraciones humanas se diluyen en un eco artificial y las referencias e imágenes históricas que se nos presentan nos despiertan más alarmas que nunca. La obligatoriedad de una etiqueta AI visible en los productos que esta genera, se vuelve hoy indispensable frente a su capacidad gráfica de manipulación, velocidad de producción y plagio, y de nuestra libertad de elección como consumidores. 

Vivimos tiempos convulsos en los que muchos profesionales con décadas de experiencia se enfrentan a tener que abandonar su profesión por perder sus diferentes fuentes de ingresos. Los ilustradores, de largo macerados en la resistencia y el tesón, levantamos nuestros pinceles manuales y digitales y aquí seguimos, en pie todavía, en defensa de nuestra profesión, de los derechos de autor y del propio proceso artístico-creativo como una herramienta imprescindible para el aprendizaje y el desarrollo de nuestra profesión y, con ella, del pensamiento crítico de la sociedad en la que vivimos.  

🪧 Aviso: los artículos de Opinión reflejan las perspectivas de sus autores. SafeCreative no se identifica necesariamente con los puntos de vista expresados en ellos.
Marta Martínez
Marta Martínez
Licenciada por la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, es ilustradora, colorista, escultora y docente. Ilustra para diferentes editoriales, agencias de publicidad, eventos, revistas y estudios de postproducción y efectos visuales y, como colorista, ha trabajado para Editions Soleil, en Francia, y Dark Horse, DC Comics y Marvel en EE. UU., dando vidilla a personajes como Batman, Capitán América o Iron Man.

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