Acabas de completar una obra literaria de ficción en la que has volcado todo tu talento, ilusión y esfuerzo. El siguiente paso, casi tan decisivo como el anterior, es editarla para que tenga la oportunidad de encontrar lectores. La mayoría de autores viene tropezando con esa recurrente piedra en el camino desde hace siglos, pero hoy existen nuevos obstáculos y también nueva estrategias y recursos para sortearlos.
Marcel Proust no empezó a publicar con regularidad hasta pasados los 40 años. En invierno de 1913, tras varios meses de intensa reclusión creativa, hizo llegar el fruto de sus esfuerzos a Gallimard, una de las mejores editoriales francesas. André Gide, miembro del consejo de redacción, fue el encargado de valorar el manuscrito. Lo rechazó sin titubeos. Dejó escrito que su autor era «un esnob, un mundano diletante», que su libro estaba «lleno de duquesas» y que en la página 64 había encontrado una frase «infame» dedicada a «una frente a la que se le transparentan las vértebras».
El texto rechazado era la primera parte de En busca del tiempo perdido, obra maestra de Proust y una de las novelas esenciales del siglo XX. Y el hombre que, tras una lectura superficial, la consideró un fárrago impublicable no era un chupatintas sin sensibilidad ni criterio, sino un crítico y escritor de primer orden, futuro premio Nobel de Literatura.
Por entonces, según recordaba el propio Gide, Gallimard recibía una docena de manuscritos inéditos cada mes. En pleno siglo XXI, en palabras de Guillermo Schavelzon, autor de la guía práctica Del autor al editor. Los caminos del manuscrito (Paidos), cualquier gran editorial española o latinoamericana recibe un mínimo de 1.000 propuestas anuales, más de cuatro por cada día de trabajo.
¿Cómo consigo que (al menos) me lean?
Por supuesto, les resulta poco menos que imposible procesarlas todas, por lo que rechazan la mayoría sin ni siquiera echarles un vistazo. En el mejor de los casos, leen una décima parte de esas potenciales obras maestras que aterrizan en sus buzones de redacción, físicos o virtuales, y muy rara vez publican más de una de cada 100.
Ya en 1990, el estadounidense Doubleday se convirtió en el primer gran grupo editorial que dejó de aceptar manuscritos no solicitados a menos que procediesen de agentes literarios o de su propio catálogo de escritores. Muchas otras compañías han seguido su ejemplo. En 1989, Doubleday había recibido más de 11.000, unos 40 originales diarios, y ya ni siquiera enviaba a sus autores el protocolario acuse de recibo. La mayoría iba a parar, sin la menor ceremonia, al cubo de la basura. Schavelzon concluye que las posibilidades de que te publiquen una novela enviada espontáneamente a una editorial son «casi tan bajas como de que te toque la lotería».
El problema se ha agudizado en los últimos años con la proliferación de obras escritas, total o parcialmente, por programas generadores de texto como ChatGPT. Esto obligó, en enero de 2023, a la veterana revista de ciencia ficción ClarkesWorld a dejar de recibir las contribuciones de escritores aficionados. Sencillamente, no tenían tiempo ni capacidad operativa para distinguir «las colaboraciones robóticas de las humanas».
Pese a todo, hay que insistir (y perseverar)
Escribir una novela supone, en cualquier caso, un extraordinario esfuerzo creativo. Una vez completada, resulta razonable hacer todo lo posible para publicarla. Y la mayoría de escritores no disponen de contactos ni de experiencia previa para acometer esta última tarea con posibilidades de éxito.
Pero renunciar no es una opción. Las batallas que no se libran, se pierden. En palabras de Schavelzon:
«resulta incomprensible que cuando alguien termina la obra a la que ha dedicado meses o años de sacrificio personal y familiar no investigue qué se debe hacer para publicarla.»
El primer paso consiste, en lugar de enviar el texto sin más (una no-estrategia que, como hemos visto, tiene posibilidades de éxito casi nulas), en hacer llegar una propuesta editorial a un editor o agente literario.
¿Qué es una propuesta editorial?
Una investigación previa permitirá identificar al receptor óptimo. Idealmente, una editorial especializada en publicar obras similares a la nuestra (del mismo género, estilo comprable o dirigido a un determinado tipo de lectores) o un agente cuya trayectoria previa nos haga penar que podría interesarse por nuestro trabajo.
Una vez elegida la diana, toca elaborar la propuesta editorial. Debe ser un documento breve, preciso y bien redactado que aporte la información básica sobre la obra que queremos publicar, el autor y el público al que va dirigida. Mejor dos páginas que tres y diez párrafos que quince. Debe ser un texto profesional, pero no aséptico ni burocrático. Al contrario, debe llamar la atención y estar redactado con claridad, personalidad y elegancia. Después de todo, se trata del escaparate en que muestra su producto alguien que tiene intención de dedicarse a la escritura.
Debe venir acompañado de una breve presentación, de alrededor de una página (nunca más de 300 palabras), que sea una versión muy condensada de la propuesta editorial. Es decir, un anzuelo que invite a seguir leyendo. Antes de escribir esta presentación, el autor debe reflexionar sobre cuál es la manera más eficaz de venderse a sí mismo. Y despertar interés por su trabajo identificando sus principales virtudes, sus aspectos de potencial interés y las cualidades que lo hacen diferente.
Los expertos recomiendan no enviar cartas manuscrita, que dificultan la lectura, optar por una tipografía común y legible y descartar cambios de cuerpo de letras, negritas, colores u otros recursos que darán al receptor una impresión de madurez y falta de profesionalidad. Tampoco son recomendables elogios o muestras de admiración al editor, un tono excesivamente coloquial o unas pretensiones de originalidad que desvíen el documento de lo que debe ser: una propuesta formal de colaboración entre profesionales.
¿Cómo me vendo?
Aunque puede sonar obvio, conviene recordar que el documento debe incluir también los datos completos del autor: nombre, dirección, correo electrónico, teléfono y horarios en que se está disponible.
En palabras del agente literario Meter Rubin, la mejor carta de presentación es una larga frase que resuma lo esencial tanto de la novela como de su autor. Si hacer algo así nos resulta imposible, agrega Rubin, es porque la novela no está del todo bien enfocada o su autor no acaba de conocerse a sí mismo y no sabe venderse.
La propuesta editorial debe contener, además de una versión ampliada de lo expuesto en la presentación, detalles concretos como una sinopsis argumental, un índice de capítulos, algunos párrafos de muestra bien escogidos, información relevante sobre el autor, consideraciones prácticas sobre el mercado y el público potencial al que se dirige la obra y posibles argumentos de venta. Estos dos últimos aspectos son muy importantes, porque demuestran que el autor ha hecho una valoración realista de su propio trabajo y ha tenido en cuenta su viabilidad potencial. Por supuesto, si el autor tiene obra previa, ha recibido algún premio literario o ha sido mencionado en prensa, esta información debe incluirse en la propuesta.
La mayoría de editores y agentes suelen responder a las propuestas editoriales bien elaboradas. Si han conseguido despertar su interés, ellos se encargarán de solicitar la obra completa. Antes de enviarla, resulta recomendable registrarla. Aunque los derechos de propiedad intelectual pertenecen siempre al autor y se protegen por defecto, nunca está de más dejar constancia explícita de la autoría de una obra que va a mostrarse a terceras personas, para prevenir posibles fraude y apropiaciones indebidas.
¿Qué alternativas me quedan?
Por último, en caso de que los esfuerzos para encontrar un editor o agente literario interesados en nuestra obra hayan resultado infructuosos, siempre queda la posibilidad de recurrir a la autoedición.
Se trata de un proceso cada vez más fácil de completar gracias a la automatización y a la proliferación de plataformas dedicadas a este modelo de negocios, como la de Amazon. En este caso, lo expertos consideran imprescindible un registro previo del borrador. Una vez realizado, resulta recomendable someter la obra a un trabajo lo más exhaustivo posible de pulido, edición y corrección ortotipográfica para garantizar un resultado óptimo.
A continuación, hay que diseñar una portada recurriendo a los servicios de un profesional o a herramientas de edición gráfica como Gimp o Photoshop. El último paso es subirlo a alguna plataforma de difusión digital o, si se prefiere un formato físico, pedir presupuesto a algún servicio de impresión bajo demanda. Estos últimos suelen admitir encargos de una tirada mínima de 50 ejemplares. Por supuesto, resulta muy conveniente consultar tarifas y condiciones concretas del servicio, así como las garantías de que el proceso de impresión, envío o (en el caso de la difusión digital) control de ventas y liquidación de porcentajes pactados se realiza de manera transparente.
En resumen, en la era de ChatGPT, sigue existiendo el riesgo de que un Marcel Proust vea retrasada su irrupción en la escena literaria por la lectura superficial de un André Gide en un mal día. Pero tanto la tecnología como los protocolos vigentes en el mundo editorial ofrecen nuevos recursos para que las obras maestras del futuro no permanezcan inéditas.