Emma Stratton es una joven pianista ampurdanesa que brilla con luz propia. Recientemente ha debutado en el Palau de la Música presentando su primer disco, Syndesi (Seed Music, 2024), en el que interpreta obras de Beethoven, Gubaidulina, Liszt y Granados. Beneficiaria de la beca Alicia de Larrocha, Stratton se formó en la Academia Marshall y en la ESMUC y acaba de finalizar un máster en interpretación en Hamburgo con el profesor Aleksandar Madžar, con quien continúa perfeccionando técnica y repertorios diversos.
La vida de concertista
Aún soy muy joven y estoy yo diría empezando en este mundo apasionante pero también difícil, que tiene las dos caras como todo. La verdad es que todas las experiencias que estoy acumulando están siendo muy enriquecedoras. Al final una se forma en el conservatorio y estudia la carrera y hace el máster, pero al final realmente aprendes de qué se trata este oficio, esta vida, cuando realmente sales al escenario, pruebas, haces conciertos, cuando estás en el mundo real. Y es una vida poco estable, por decirlo así. No es una vida de oficina, de lunes a viernes. No hay fines de semana, no hay vacaciones. Al final una se organiza, pero tiene muchas ventajas. A mí me gusta mucho porque te sientes como dueño de tu tiempo. Te puedes organizar como quieras y el hecho de viajar, de conocer a otras personas de otras culturas, otras salas, diferentes, acústicas, diferentes formas de hacer inspira mucho.
Exigencia total
Siempre me gusta mucho hacer paralelismo con el deporte de alto rendimiento, porque yo creo que, por mi formación de danza clásica y también por mi entorno del pasado, tuve como bastante contacto directo con el deporte de élite. Y realmente la música requiere mucha precisión, muchísima concentración, de también mucha presión. Y a veces es como la cara invisible. Se ve la punta del iceberg, la persona que sale a tocar. Y parece que la música es increíble y lo es. Pero claro, hay todo un trabajo invisible detrás.
Mi secreto
Realmente es como un trabajo de mucha introspección, mucho autoconocimiento, que te funciona, que no. Un profesor te puede recomendar una cosa o la otra, pero al final eres tú mismo, Sobre todo, obviamente, hay que tener una habilidad, una predisposición, pero te tiene que gustar la rutina diaria de trabajar mucho. Es como una artesanía también, o sea, estudiar la partitura, profundizar mucho. Claro, estamos en un mundo donde todo es muy superficial, muy inmediato. Hemos perdido muchísimos valores y, justamente, este trabajo me permite reconectar con esa búsqueda constante del perfeccionismo para alcanzar luego la excelencia porque, obviamente, la perfección no, no existe. Pero es mucho trabajo, mucha, mucha precisión, mucha profundidad y, al final, el objetivo final es poderlo compartir con el público. Y eso es lo que da sentido a lo que hacemos.
Mi compositor
Sí que ahora mismo, aunque hay dudas y también va un poco a días, hay que decirlo, mi compositor favorito es Serguéi Rajmáninov, pero más que nada es una cosa personal por lo que lo que he vivido o lo que he sentido, aunque pueda sonar muy cursi, escuchando a este a este compositor y tocándolo es como incomparable a lo que he sentido con otros. Aunque, obviamente, no estamos hablando de buena música, sino al final lo que una siente. Y con este compositor siento que tengo como una conexión que me llega muy profundamente.
El reto
En algún momento todas las piezas te pueden hacer sufrir porque son muy complejas técnicamente y musicalmente, etcétera. Pero sí que es verdad que nunca olvidaré un reto que tuve en segundo año de carrera, cuando se me propuso interpretar con orquesta un concierto de Igor Stravinski. Una obra difícil, claro, y yo en ese momento no tenía la experiencia de conciertos. Para mí, fue como como muy abrumador en ese sentido. Fue un reto muy grande porque al final estos retos, cuando tienes tanto miedo y cuando sientes que no vas a poder hacerlo, al final, cuando lo consigues eso es lo que te hace aprender más. Así que al final, a veces lo que te hace sufrir más, al cabo del tiempo ves qué es lo que lo que te ha ayudado más a aprender, a evolucionar. Y al final de eso se trata.
Inteligencia Artificial
Si, por una parte, creo que la palabra inteligencia artificial da miedo en cualquier ámbito. Pero, por otra parte, creo que también estamos en un momento de mucha necesidad de humanidad, de reconectar, de contacto personal. Me da la sensación que en el caso de la música necesitamos que sea una persona la que la transmita, porque al final, por muy increíble que sea la inteligencia artificial, nos vamos a volver como robots. Y justamente creo que la función, una de las funciones del arte, es esa conexión del público espiritual. Entonces, por una parte, creo que puede dar ventajas, pero tengo la sensación que este tipo de trabajos artísticos no se pueden realmente suplir por la inteligencia artificial.
La utopía
Lo de democratizar la música clásica es una frase que me gusta mucho porque yo creo que define muy bien uno de mis objetivos. A veces se vincula un poco la música clásica con el elitismo y a mí no me gusta nada. Me encanta poder tocar en salas grandes y en auditorios convencionales, pero creo que integrar la música clásica en la sociedad es lo que nos falta, porque al final somos una herramienta más, no como cualquier trabajo, podemos también aportar mucho desde la música clásica. Las redes sociales nos pueden ayudar mucho a darlo a conocer, a desmentir cosas, a que más gente escuche esta música y la pueda sentir. Entonces yo creo que poco a poco, con este trabajo y como digo llevando esta música más allá de las salas donde va la gente que ya la conoce, Hay mucho trabajo por hacer, pero también es un camino muy apasionante, ver hasta dónde podemos llegar y hasta dónde se puede fusionar con la sociedad y con la vida.