En 1981 se editaba uno de los libros más influyentes de la historia del diseño. Bajo en nombre de Da cosa nasce cosa (Cómo nacen los objetos, en español) Bruno Munari establecía una metodología de trabajo que rápidamente se difundió por toda Europa y buena parte del planeta. Muy utilizada en las escuelas por su aporte para ordenar las partes del proceso, son su famoso esquema de cómo cocinar un arroz verde, resumía buena parte de la metodología del diseño moderno. Moderno, en tanto parte del movimiento moderno.
¿Qué pasa entre la pregunta y la respuesta?
Lo que hacía Munari con su método es intentar poner luz en el proceso de creación de objetos industriales, bajo la disciplina de aquello que conocemos como diseño. En primer lugar, nos hacía fijar en el encargo: cualquier encargo es una pregunta que busca una respuesta. Esa pregunta te la puede hacer un cliente, un usuario o tú mismo. Lo importante es entender bien la pregunta. Yo tuve un profesor de matemáticas que nos insistía en que dedicáramos un buen rato a leer y entender el enunciado de los problemas, nos decía que en ellos estaba la mitad de la respuesta.
Pues Munari, lo que hace es analizar la pregunta y entender bien cuál es el problema a resolver. No siempre es tan obvio como parece. Si una empresa te encarga una lámpara, el problema real es la luz no el objeto que la proporciona, que pasa a ser un problema a resolver pero secundario. El uso determinará la luz y como trabajar con ella, no es lo mismo una luz para trabajar que para comer, o para desvestirte sin molestar a tu pareja que ya duerme.
Una vez visto el problema, nos propone investigar cómo otros lo han solucionado antes. Solemos caer en el error de proyectar en nuestra mente una respuesta rápida a la pregunta, sin saber si antes ya han encontrado respuestas adecuadas, aprender de ellas y ajustar esas respuestas a nuestra necesidad específica que siempre será diferente, ya sea por el uso del objeto, por la tecnología de producción con la que trabaja la empresa, por el contexto cultural, económico o social, por el público objetivo, etc. Y a partir de ahí, siguiendo la metodología empírica, buscar soluciones hasta encontrar la más favorable.
Lo interesante es que, Munari sitúa al diseñador más como gestor de problemas que como artista iluminado: sin negar la creatividad, pero siempre conectándola con la realidad y aquello que tiene sentido. Podríamos pensar que, después de más de 40 años, ese método es ya utilizado por todos los diseñadores. Lamentablemente no es así. La influencia del arte y de la mística del genio individual, aún pesan demasiado en el diseño.
Seamos creativos, pero de verdad
Repito, Munari no niega la creatividad. De hecho en su trabajo, sobre todo con niños, tiene libros y juegos para potenciar la creatividad. Él fue una versión contemporánea del hombre del renacimiento, escultor, pintor, pensador, activista, diseñador, escritor, etc. Por tanto, no se le puede acusar de negar el arte ni la creatividad. Sin embargo, hay algo que le hace reducir el campo de la especulación a aquello que va en la dirección de resolver adecuadamente el problema que nos han planteado, no nuestros anhelos estéticos o plásticos.
Hay una diferencia entre imaginación y fantasía, aunque suelen confundirse. La fantasía tiende a lo imposible a lo inesperado, lo que es deseable en algunos campos como el arte o la literatura. La imaginación se dirige hacia un propósito, trabaja con material real y forma parte de la creatividad. Lo primero es un acto individual, lo segundo es un acto que necesita el reflejo en los otros para que sea operativo.
¿Y ahora qué?
En todo caso, Munari formula esa teoría pensando en la industria, en la producción, en la mejora de la calidad de vida a partir del acceso al confort que nos brindaban los productos industriales a precios asequibles. Pero, ¿qué debemos tener en cuenta hoy en el momento de proyectar un producto o servicio? En realidad, a casi cualquier programa de IA podríamos hacer la pregunta que nos han hecho y ver sus respuestas. Su proceso sería, en parte, similar al de Munari: valoraría precedentes, combinaría soluciones, exploraría resultados.
Pero habría algunas diferencias. Una IA no aportaría la parte impredecible que nuestra imaginación aporta. Y la más importante, para una IA es muy difícil entender el efecto que tendría una solución, tanto para las personas que produzcan ese producto como para los usuarios, así como para el medio ambiente. A menos que adiestremos muy bien los prompts, una IA será incapaz de tener en mente toda la vida del producto, desde su extracción, hasta su reúso o reciclaje y al mismo tiempo incluir todos los aspectos culturales, sensoriales y/o estéticos.
Quizás el verdadero valor de nuestra autoría está en ser capaces de gestionar la vida completa de los objetos que creamos. Y las IA nos pueden ayudar, pero siempre seremos nosotros los que tengamos que recordarle los parámetros de sostenibilidad, responsabilidad social, equidad, bienestar laboral, etc, y también, los de calidad plástica, matérica, experiencial, cromática, etc.
Me encanta la idea de que en el futuro nuestra autoría será la visión de conjunto, no tanto el detalle de cada parte. Ese sería un buen uso de las IA, que nos ayuden en hacer de cada parte la más eficaz, pero que seamos nosotros los que tengamos el control del conjunto.
Imagino el diseño como una serie de prompts muy bien definidos orquestados por un pensamiento transversal, creativo y empático. Puede parecer utópico, pero suelo decir que solo aquellos futuros que alguien ha imaginado, son los que quizás algún día serán una realidad.
Revisando el esquema de Munari con estos parámetros, pienso en todos los aspectos que se le podría añadir, durabilidad, facilidad de reparación, desmontaje en seco para separar materiales, código abierto, fabricación sin tóxicos, fácil transporte, materiales reutilizables sin sobre-inyección de energía, materias primas de proximidad, facilidad por un uso inclusivo que tenga en cuenta la diversidad funcional, cultural, de género, etc.
Eso anularía nuestra creatividad si tuviéramos que ser expertos en todas esas materias, pero justo ahí entra la IA, que no deja de ser una versión mecanizada de la inteligencia colectiva, porque no siempre podemos trabajar en equipos multidisciplinares, aunque es lo ideal. La verdadera creatividad será saber combinar todo ese conocimiento e información en un producto/servicio que tenga sentido tanto, ecológica y ética como comercialmente. Ese es el reto del diseño que viene.