Imprimir un bar como ejercicio de diseño especulativo. Se expone en el Disseny Hub Barcelona el Ex-Designer Project Bar de Martí Guixé, la reconstrucción del primer bar totalmente producido en impresión 3D.
En 2015, el diseñador de producto Martí Guixé, junto con el arquitecto Pau Badía, se propuso explorar los límites de la impresión en 3D. Era un momento en que las expectativas sobre la descentralización de la producción de los bienes de consumo eran altas. La idea de que en un futuro cercano ya no compráramos cosas, sino que compráramos un fichero con las instrucciones para que una impresora 3D casera nos imprimiera nuestros muebles, menaje, herramientas, etc. resultaba fascinante.
Se abrieron intensos debates sobre los derechos de autor: las opiniones se dividían entre si esos derechos eran del programador, de quien lo imprimía, de quien dibujó el primer modelo sobre el que se hizo la programación, incluso de la empresa que con su tecnología hacía posible todo el proceso.
Todos somos prosumers, productores y consumidores
Pero, más allá, había una especie de sensación de vértigo al pensar que todos pasaríamos a ser prosumers (producers + consumers). Alvin Toffler, un sociólogo especializado en hacer predicciones respecto a la tecnología y sus efectos, acuñó el término prosumer cuando especuló sobre los roles de los productores y los consumidores, en su libro The Third Wave (La tercera ola, 1980), aunque ya antes había apuntado en esa dirección.
Toffler preveía un mercado colapsado por culpa de la estandarización. Una de las vías de escape del mercado seria la customización, y por tanto la personalización de productos. La dificultad está en cómo combinar economías de escala y productos hechos a medida. Para logarlo deberían involucrar a los consumidores en el diseño y manufactura de los productos.
Además, Toffler argumentó que cada individuo tendría el control de los bienes y servicios que sean de su consumo, una vez que la era industrial terminara. El auge de las impresoras 3D parecía formar parte de esa idea de cómo producir de forma individualizada, y en 2015 estábamos ya en la era postindustrial.
El escritor y asesor en diseño John Thackara ya había alertado contra la falsa ligereza de la era digital, porque, según él era el momento en que más hardware estábamos consumiendo, más papel, más materiales, más energía, etc. Pero el entusiasmo con la aparición de los FABLabs (laboratorios de fabricación), donde parecía posible producir unidades de casi cualquier cosa, alimentó la idea de una nueva industria más ligera, no centralizada, hecha a la medida de los usuarios.
Una idea llevada al límite: el bar impreso
Llevando está idea al límite se creó el Ex-Designer Project Bar. La idea básica era diseñar y construir de forma autónoma y sin ayuda con tecnología de impresión 3D todos los elementos de un bar en Barcelona.
El Bar, un local vacío con una mínima estructura, se fue rediseñando y construyendo durante casi cinco años con las tres impresoras instaladas in situ, mientras estaba en funcionamiento. Así, se fueron fabricando todos los elementos que lo conformaban: las baldosas de los muros, el mobiliario e incluso los utensilios más pequeños como los vasos, copas, platos y cubiertos, donde todos los elementos fueron impresos en 3D a escala 1:1 con ácido poliláctico, (PLA), un polímero biodegradable que se fabrica a partir de recursos cien por cien renovables como el maíz o residuos vegetales.
La primera vez que visité El Bar, la barra se aguantaba por unos caballetes y había poco más que un tirador de cerveza y algún vaso. Fui pasando de vez en cuando, entre otras cosas porque tenían una programación de miniconciertos, presentaciones y charlas y el local se iba vistiendo. Con losetas de PLA se fueron recubriendo la barra, las paredes y el techo. Las impresoras iban fabricando, ahora un taburete, ahora un plato, ahora una baldosa, mientras te tomabas una cerveza.
Además, Pau Badía, resultó ser un barman excelente y gran conversador, siempre dispuesto a explicar el proyecto. La mala suerte hizo que el final del proceso coincidiera con el inicio de la pandemia, así que el Ex-Designer Project Bar no se pudo inaugurar.
Los restos de El Bar en un museo
Ahora en el Dhub, podemos ver, comisariada por Teresa Bastardes, una reinstalación de El Bar completo, un monumental objeto en su formato original a partir del montaje de los muros y de los distintos elementos que lo conformaban: 30 paneles de madera de 122 x 250 cm y más de 6.000 baldosas de 14 x 14 cm. El resultado es una instalación de 8,75 m x 3,56 m x 5,02 m de alto en la que todos los elementos han sido impresos en 3D a escala 1:1.
El resultado provoca múltiples sensaciones. Por un lado, hay algo de monumentalización ficcionada. Es decir, El Bar que ahora no es operativo, parece casi como un monumento erigido al propio Ex-Designer Project Bar, una especie de homenaje autorreferencial.
Al mismo tiempo, hay algo de yacimiento arqueológico. Tomar los restos de El Bar y llevarlos a un museo, confiere a esta pieza un status de legado, de espectro del pasado, un pasado que no fue, o en todo caso que no pudo ser del todo por la pandemia global. La pieza se acompaña de un espacio con una pantalla donde se visualizarán una serie de imágenes del proceso de producción desde 2015 a 2020, y el posterior proceso de desmontaje. Asimismo, se complementa con una muestra de piezas originales: desde baldosas, vajilla, vasos y copas, hasta otros utensilios y un taburete original.
En la inauguración Guixé explicó que su idea es que esta pieza itinere en varios lugares, e incluso que se active como bar en ocasiones. Y ahí se complejiza lo que vemos, no solo es arqueología del pasado sino también de lo que está por venir.
Hay que entender todo ese proceso de cinco años como una obra en sí misma y como un laboratorio. En este ejercicio se vieron las limitaciones del sistema, de los materiales. La utopía de la fabricación adhoc mostró sus carencias pero también sus potencialidades. No tenía vocación de permanecer y sin embargo ahora es un monumento.
Al mismo tiempo, a mí me surge una imagen que no puedo quitarme de la cabeza. Todos recordamos los bares en que con el tiempo las paredes se iban llenado de pintadas, firmas, dibujos y frases de los clientes. Me imagino un bar donde puedas imprimir un par de losetas diseñadas por ti, generando un collage, probablemente incoherente y barroco pero de autoría múltiple. También, un lugar que permita diseñar piezas de la vajilla o del mobiliario. Una especie de bar de código abierto, donde efectivamente seamos prosumers.
Fotos: Folch e Inga Knölke